Sabemos cómo vamos a morir, de Paco Ignacio Taibo II

En el día internacional de la Memoria del Holocausto

A partir de

Sabemos cómo vamos a morir, de Paco Ignacio Taibo II

Una resistencia imposible: la historia del levantamiento del gueto de Varsovia

En “la ciudad maldecida”.

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“¿Cómo contarlo? Ni siquiera las fotos más terribles, las imágenes de los muertos reducidos a casi esqueletos a mitad de la calle, los testimonios más precisos, logran transmitir el horror”.

El catorce de octubre de 1940, el gobernador nazi de Polonia Ludwig Fischer declaraba la creación del gueto de Varsovia en el barrio Muranow.

¿Cómo contarlo?

Hubo junto al horror, la -¿tampoco hay palabras?- dignidad, valentía -aunque el gueto era “una gigantesca arena de lucha por la sobrevivencia”- y surgieron las primeras resistencias: servicios religiosos clandestinos, orquestas, reuniones sindicales clandestinas, bibliotecas clandestinas con los libros prohibidos. Los primeros esfuerzos por organizar la resistencia -en medio de agrias, violentas, sangrientas disputas entre colaboracionistas, quienes la rechazaban por temor; y al interior de ella entre judíos socialistas, polacos nacionalistas, polacos comunistas; ex soldados polacos, militantes; con el gobierno en el exilio, los países aliados, y tantas más-: en marzo de 1942 se forma el Bloque Antifascista. Pervive tres meses. En septiembre se reorganiza como Organización Judía de Combate.

En el marco de la Conferencia de Wansse de enero de 1942, pocos meses después en julio, se inició la Operación Reinhardt, el traslado a los campos de concentración, para implementar la Solución Final, el Holocausto del pueblo judío, y con ellos, de todas las diferencias: gitanos, diversidad sexual, discapacitados, miembros de las resistencias anti- nazis de los países de Europa.

La resistencia era imposible, y era un deber: “Moriremos. Es nuestro deber morir”, proclamó la heroica resistencia judía.

Además, “la esperanza de vida en Treblinka era de aproximadamente una hora y media”.

¿Cómo contarlo?

Pregunta a una niña judía: ¿qué te gustaría ser? Y ella: “Un perro, porque los guardias quieren a los perros”.

En enero de 1943, Himmler visita el gueto y ordena una segunda gran deportación a los campos de concentración. Inconcebiblemente, por unos días, la resistencia produce algunas derrotas nazis y demora sus objetivos.

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Es una historia real.

Una historia que trasvasa su inmediata, pasada, realidad.

Se hace mito, leyenda. Merece serlo.

“La realidad se construye con una cadena de actos que se vuelven simbólicos al paso del tiempo, de irrupciones a contracorriente que devuelven su brillo, su fulgor, a la condición humana”.

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Es una historia real.

Tiene sus héroes.

Casi indecible -para impedir su olvido, para encontrar un modo de contarlo- la equiparamos a la narración.

“El complejo mundo del gueto produce candidatos a la mejor novela, terribles monstruos, increíbles burócratas, inmaculados inocentes, prodigiosos militantes y abominables traidores a todos y a todo”.

[¿No existió Héctor antes de ayer, Mordejai ayer…? ¿La cólera de Aquiles -aunque en el bando vencedor-, la justa venganza de Mordejai -aunque sabía que, como escribiría otra resistente Zivia Lubetkin, “había llegado el día de nuestra venganza, aunque ninguna venganza podía llenar nuestro sufrimiento”?].

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Es una historia real.

Merece ser contada, impedir su olvido.

Aunque contarla es imposible.

“El eterno problema del narrador, se encuentra en los adjetivos, se agotan muy rápidamente: palabras como asombroso, inconcebible, sorprendente ya no dicen nada. Cuando la condición humana es llevada al límite, los adjetivos no resisten su oficio de capturar las imágenes”.

Y es imposible -inmoral- no contarla.

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Porque es una escuela del espíritu humano.

Lo diría otro resistente, Isaac Zuckerman: “No creo que haya una necesidad de analizar el alzamiento en términos militares. Esta es una guerra de menos de un millar de personas contra un poderoso ejército y nadie dudaba de cómo iba a terminar. Este no es un tema para estudiar en una escuela militar. No las armas, no las operaciones, no las tácticas. Si hay una escuela para estudiar el espíritu humano, ahí tendría que ser un tema obligatorio. Las cosas realmente importantes eran inherentes a la fuerza mostrada por la juventud judía, tras años de degradación, de levantarse contra sus destructores y determinar qué tipo de muerte elegirían: Treblinka o el alzamiento. No sé si hay alguna forma de medir eso”.

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Sin palabras. Sin medida.

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