Diario de un loco, de Nikolai Gogol

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Diario de un loco, de Nikolai Gogol

Aksenti Ivanovich, último empleado de un departamento ministerial, reprendido por su superior –“la verdad es que las personas, como nosotros, no se pueden comparar con él. Es lo que se dice un verdadero hombre de Estado”- una y otra vez, no quiere aquella mañana levantarse para ir a oír sus reprimendas. Pero debe hacerlo.

Y ya en la calle, libre…, “he de confesar que desde hace algún tiempo a veces oigo y veo unas cosas que nadie vio ni oyó jamás”.

Como oír hablar a Medji, el perrito de Sofía, la hija del Director, de la que está enamorado, y todos lo saben, el jefe de personal también lo reprende: “Pero, hombre, ¡mírate al espejo! ¡Piensa en lo que eres! ¡No eres más que un cero, que es menos que nada! ¡Si no tienes ni un centavo! Pero ¡mírate…, mírate la cara en el espejo! ¡Cómo puedes tú pensar en esas cosas!”. Además, según las propias palabras de Medji, ¡escribe! “Aunque me juegue el sueldo, apostaría que nunca se ha dado el caso de un perro que escriba. Sólo los nobles pueden escribir. Claro que también algunos comerciantes, oficinistas y, a veces, hasta la gente del pueblo sabe escribir un poco; pero lo hace de un modo mecánico, sin poner ni comas, ni puntos, y, claro está, sin ningún estilo”.

Quiere saber todo de ella. Entonces, le pregunta a Medji. “Anda, cuéntame todo lo que sepas sobre tu señorita: dime cómo es, y yo te juro que no se lo diré a nadie”. No le responde, pero hurga entre la paja donde duerme otra perra, Fidele, y encontró unas cartas. Medji le contaba todo de sus señores. Y conoció las secretas ambiciones de los grandes, y sus miserias, y sus frivolidades, y sus burlas sobre sus inferiores, entre ellos él, Aksenti Ivanovich. ¡Ay, cómo quisiera ser un alto señor! ¿Y por qué no? “Puede que yo sea algún conde o algún general, y que sólo así paso por un consejero titular. Quizás ignore yo mismo quién soy”. Y una triste mañana se proclamó rey de España. Pero no, y Sofía está enamorada de un gentilhombre y su papá quiere casarla bien.

Aksenti Ivanovich se indigna. “¡Qué más da que sea un gentilhombre de Cámara! Esto no es más que un cargo de dignidad, no es ninguna cosa visible que se pueda coger con las manos. Por ser él un gentilhombre de Cámara no le va a salir otro ojo en la frente ni va a tener una nariz de oro, sino que la tiene igual que yo y que todos los demás mortales; pero no come ni tose con ella, sino que huele y estornuda como todos. Ya en diversas ocasiones quise averiguar de dónde provenían semejantes diferencias”. Y tristemente, aunque fue llevado por el Canciller real a España y encerrado en una habitación y golpeado mientras se ocupaba de asuntos de Estado, aquella es la mayor locura, creer que tienen las mismas narices, querer averiguar el origen de todas las diferencias.

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