
Píldoras de la crítica. La novela, entre la libertad y la ley. Marina Tsvietáieva y Viacheslav
Ivánov
(Apenas un breve extracto para pensar, sin hacer crítica de la crítica, ni hacerse parte de entreveros, ni tener que recorrer estos caminos)
“- «Usted debería escribir una Novela, una novela larga, auténtica. Tiene usted el don de la observación y del amor, y es muy inteligente. Después de Tolstói y de Dostoievski no ha habido más novelas.»
– «Soy demasiado joven todavía, he pensado mucho en eso, pero necesito que todo lo que aún bulle en mí – se calme…»
– «No, está viviendo sus mejores años. Una novela o una autobiografía, lo que quiera, – quizás una autobiografía, pero no como su hermana, sino como Infancia y Adolescencia. De usted quiero – lo más grande.»
– «Todavía es pronto para mí – no me equivoco – por lo pronto sólo me veo a mí misma y lo que es mío en el mundo, necesito ser mayor, hay muchas cosas que aún me lo impiden.»
– «Pues escriba de sí misma, de lo suyo, la primera novela será bruscamente subjetiva, la objetividad vendrá después.»
– «La primera – y la última, ya que, pese a todo, ¡soy una mujer!»
– «Después de Tolstói y de Dostoievski – ¿quién ha habido? Chéjov – es un paso atrás.»
– «¿Le gusta Chéjov?»
Un momento de silencio e – inseguro:
– «Nnno… demasiado…»
– «¡¡¡Bendito sea Dios!!!»
– «¿Qué?»
– «¡Que no le guste Chéjov! – ¡No lo soporto!»
– «Pues yo estoy tan acostumbrado a que la gente se indigne y me lo reproche que, sin querer, retardé mi respuesta…»
…
– «Me da miedo la arbitrariedad, la libertad demasiado grande. En las obras de teatro, por ejemplo, está el verso – ¡aun el más flexible!, ¡el más elástico! – de todas formas – de alguna manera – es un guía. En cambio en la novela: ¡la libertad es absoluta!, ¡uno puede hacer lo que quiera! No, no puedo, ¡me da miedo la libertad!»
– «Ninguna arbitrariedad. Acuérdese de Goethe, con cuánto candor y sinceridad dijo:
Die Lust zum Fabulieren.
Aquí tiene una hoja de papel en blanco – fabuliere – es más complicado de lo que usted se imagina, esto tiene sus propias leyes, al cabo de unas cuantas páginas ya estará usted atada, y de entre varias situaciones – [falta una palabra] – ¡resoluciones! – y pueden ser cientos – ¡y todas maravillosas! – tendrá que elegir una, encontrar una – quizá la 101. Y en ese momento sentirá usted la ley de lo imprescindible. Tome – como ejemplo – aquella anécdota sobre Tolstói y Anna Karénina que todo el mundo conoce.»
– «Yo no la conozco.»
– «Es auténtica. La redacción estaba esperando – la imprenta estaba esperando – un mensajero tras otro – nada del manuscrito. Lo que ocurría era que Tolstói no sabía qué había sido lo primero que había hecho Anna Karénina al volver a su casa. – ¿Esto? – ¿Lo otro? – ¿Aquello? – No. – Y buscaba, y no encontraba, y volvía a buscar, – y el libro seguía detenido, – y un mensajero tras otro». Finalmente, se sentó al escritorio y escribió: “Cuando Anna Karénina entró en la sala, se acercó al espejo y se arregló el velo del sombrero…”. O algo por el estilo. – Ahí tiene.» –
– «La ley implacable de lo imprescindible. La entiendo espléndidamente.»
– «No le tenga miedo a la libertad – le repito: ¡la libertad no existe! – Además, uno sólo se puede convertir en un verdadero prosista si ha pasado por la escuela del verso.»
– «¡Oh, no tema! No escribiré obras largas, al contrario, aspiro a la concisión, a la fórmula…»
– «Pero no han de ser secas tampoco, – podría caer en el esquematismo. La prosa de Pushkin ya es seca, uno quisiera detalles, y no, no los hay. El prosista ha de tener: la capacidad de ver a los otros como a sí mismo y a sí mismo como a los demás – y una gran inteligencia – que usted tiene – y un gran corazón…»”.