
A partir de
Los crímenes de Alicia de Guillermo Martínez
Debía decidir de una vez el tema de su tesis en Lógica Matemática de la Universidad de Oxford, y eligió “el desarrollo de un programa que, a partir de un fragmento de letra manuscrita, permitiera recuperar la función del trazo, es decir, el movimiento del brazo y el lápiz en la ejecución en tiempo real de la escritura … Se trataba, al fin y al cabo, de inferir a partir de una imagen inmóvil —de una captura gráfica de símbolos— una posible reconstrucción, un pasado probable”.
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[Un problema que podía desembocar en un paper. Un problema próximo a sus gustos literarios. Un problema práctico para resolver los muy prácticos crímenes, como había hecho ya con Arthur Seldom en esa misma Universidad.
Pero, sobre todo, un problema que lo aproximaba a “la distinción borrosa entre azar y destino”; o más que a la distinción, a su borradura; o, más aún, a la osada, por desafiar a los dioses, pretensión de “capturar el azar en una fórmula matemática” – acaso más que un desafío a los dioses un humilde reflejo humano ante la apabullante inconmensurabilidad de la vida].
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El tema era algo que ya se realizaba, “en el Departamento de Policía: el espesor de la tinta y las diferencias de densidad como parámetros de la velocidad, la separación entre palabras como indicador del ritmo, el sesgo angular del trazo como gradiente de aceleración”, le dijo el matemático Leyton Howard que trabajaba en la sección científica del Departamento de Policía, en peritajes caligráficos, pero lo alentó a seguir para perfeccionarlo.
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[¡Ay de la originalidad, su pretensión; o su imposibilidad ya en esta época; o las fronteras, ¿alcanzadas ya?, de nuestra imaginación; o el pantano de una época que se resiste a partir.
Tal vez no importe, o aquello sea la verdadera osadía; porque viejas ideas aplicadas a nuevos problemas, nos abren nuevas perspectivas. Quién sabe].
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Y siempre, invariablemente, debemos afrontar nuevos problemas. Uno se le presenta a la Hermandad Lewis Carroll.
Problemas de eruditos. De los diarios de Lewis Carroll habían desaparecido cuatro de los cuadernos originales; de los que quedaron, faltaban algunas hojas.
Problemas de eruditos: eran, esas hojas que faltaban ahora, “un detalle enloquecedor, una partícula de incertidumbre, que dio lugar a toda clase de especulaciones y conjeturas”.
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[Pero la vida entera, que reúne y separa a sabios de comunes, temas trascendentes y triviales, problemas teóricos y prácticos, de repente, abruptamente, los mezcla y nada podemos distinguir de lo que cuidadosamente clasificamos para pretender comprenderlo].
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En esas páginas arrancadas estaría sin duda el relato del día de la ruptura de los Liddell con Lewis Carroll, cuando, después de la excursión con toda la familia, el volvió solo en tren con las tres niñas: Ina de 14, Alice de 11, Edith de 9 años. Antes había anotado: “Una expedición placentera con un muy placentero final”.
Y esta es la cuestión: “¿realmente Carroll hizo algo durante ese viaje en tren?”. Entonces, “espero que comprenda ahora por qué esta página arrancada se convirtió en el imán más poderoso y la piedra de toque para los biógrafos. Quizá allí y solamente allí aparecía por escrito la prueba decisiva, el hecho fatídico, el reconocimiento explícito de la acción infame”.
Ahora la Hermandan reabrió el caso y envió a una becaria, Kristen Hill, al museo de Lewis Carroll donde están los diarios para iniciar una nueva investigación. Y encontró un papel de Menella Dodgson, la sobrina de Lewis Carroll que habría arrancado aquellas páginas pero que, seguramente arrepentida, en otro papel escribió un apunte en el que explicaba lo que decían. Pero se lo robó: quería que le aseguraran el crédito del descubrimiento a ella. ¿Sería verdad; nadie antes lo había encontrado; sería una falsificación de la letra de Menella? Por eso lo convocaron a él y su programa para analizar lo escrito y reconstruir el pasado: confirma que esas notas fueron escritas por Menella: eran auténticas. La invitan a una reunión de la Hermandad para mostrar esas notas y darle a cambio los créditos del descubrimiento que reclama, aunque humille a algunos de aquellos hermanos de la Hermandad tan expertos y sabios y añosos.
Y esa momentánea sustracción de Kristen nada habrá cambiado, todo se restituye.
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[Y si todo se restituye, todo es, en el tiempo, inalterable; entonces, “la cantidad inmensa de pequeñas sustituciones y reemplazos que habría cada día en el mundo entero con suma final cero. La teoría del aleteo de una mariposa, con su poder sofocante de seducción, diría Seldom, con los proverbios chinos, y toda la literatura a su favor, convivía con otro fenómeno anodino, prosaico, pero no menos frecuente, que regía la infinidad de actos de sustracción y reposición que nadie advertía, de impulsos a mitad de camino, de cancelaciones, arrepentimientos y retrocesos que no ocasionaban vendavales del otro lado del mundo … Quizá no había nada como un universo auténtico”; o, contrariamente, lo habría, inalterable a lo largo del tiempo, haciendo del azar un pasatiempo pasajero de una pretensiosa humanidad igualmente pasajera que cree poder modificar en algo el poderoso universo].
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A la cita de la Hermandad, no llegó Kristen: fue atropellada la noche anterior. ¿Fue un accidente, fue un atentado; fue por unas simples anotaciones que afectaran el prestigio de los investigadores de Lewis Carroll, fue por la pequeña fortuna en juego con la edición de nuevas investigaciones que preparaban en la Hermandad; fue por, inesperado factor interviniente, un cruzado contra la pedofilia que no quería se publique nada sobre Lewis Carroll sospechado, al menos, de pedófilo? Y no fue algo aislado: la serie de afectados por así decir: accidentes, muertes, de especialistas en Lewis Carroll seguiría. Al accidente de Kristen, siguió la muerte de Hinch el editor de los especialistas de la Hermandad. A cada uno le habían a la vez enviado una de las fotos de niñas tomadas por Carroll, “quizá como una advertencia para impedir la publicación de los diarios” por un cruzado anti- pedófilo. Otra muerte más las seguiría. Todas con patrones de Alicia en el País de las Maravillas.
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[Tal vez, más allá de las fantasías de la ciencia, y de las fantasías de la literatura, los intentos de inferir, de reconstruir un pasado probable, de ordenar un poco el caos del mundo, se trate de la persistente y muy humana aspiración de “encontrarle algún sentido a lo que sabemos hasta ahora”, encontrar algún sentido a las cosas, encontrar la clave, el significado verdadero de las cosas; sencillo, imposible, o, a lo más, efímero].
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Hay una serie ya, de muertes; no hay ninguna clave, aún, para entenderla.
Tal vez, porque la aleatoria conexión entre tres muertes, no constituyan una serie, no contengan una clave, o este siempre en otra parte.
No haya un orden posible en el azaroso mundo.