
A partir de
Baumgartner, de Paul Auster
Sepamos: “La vida es peligrosa, y en cualquier momento nos puede pasar cualquier cosa”.
Conozcamos al anciano ya y solitario Baumgartner, de Princeton, Nueva Jersey, cuya mujer, Anna, murió hace casi una década; Anna, con su “personalidad luminosa”; Anna, que de niña competía en juegos de niños como el beisbol, hasta que la excluyeron con sus medievales reglas de ser solo para hombres, y desde entonces continuó con su “soledad apasionada” practicando deportes solitarios como la natación.
Aquella mañana extraña e interrumpida por sucesos cotidianos uno tras otro, que le impedía seguir adelante con su ensayo sobre Kierkegaard, el marido de la señora Flores que limpia su casa se rebanó los dedos, tal vez fue en el mismo momento que él, Baumgartner, se quemaba con el cacillo que se dejó sobre la hornilla que había olvidado apagar; pero más que eso: la pérdida de los dedos del señor Flores remitía a Baumgartner a la pérdida de Anna, que había sido como si perdiera a una parte de sí mismo, como un “cuerpo sin brazos ni piernas … en lo más recóndito de su ser está muerto”.
Y sí, lo sabe, sepámoslo: Son “ellos mismos, la causa de sus respectivas desgracias”. Tras aquel accidente de los dedos, se puso a leer libros médicos sobre el síndrome del miembro fantasma, aunque “su verdadero interés no radica tanto en los aspectos biológicos o neurológicos del síndrome como en su capacidad de servir de metáfora de la pérdida y el dolor humano”.
La pérdida, la desgracia; sus causas: uno mismo; la vida, la peligrosa vida: una metáfora de otra cosa.
En aquella mañana de interminables percances, “sus pensamientos, alejándose despacio de los estúpidos batacazos de esta mañana, retornan al pasado, a ese remoto ayer que titila en los márgenes de la memoria, y poco a poco, de forma minúscula cada vez, va recordándolo todo, el mundo perdido de Entonces”.
Esa memoria, mayormente grata. Pero, si la vida es una metáfora de otra cosa, ¿De qué cosa? “Vivir es sentir dolor, dijo para sí, y vivir con miedo al dolor es negarse a vivir”: ¿se rinde, se resigna, acepta con sabiduría?
Pero no. No se resigna nada. De un extraño modo, concluye que “los vivos y los muertos están conectados, y el hecho de que estuvieran tan unidos en vida puede continuar incluso en la muerte”. ¿O si se resigna? Una interpelación: “¿Todo esto tiene algún sentido para ti?”. No, no: no tenemos más que admitir como real lo que sabemos que es irreal, un sueño, un resultado de la imaginación, o el deseo. Es que, “igual que ciertos acontecimientos imaginarios pueden cambiar a una persona cuando se narran en una obra de ficción, la historia que se ha contado a sí mismo en el sueño ha transformado a Baumgartner”, viajando al interior de sí mismo, allí, donde rige “no una verdad científica, quizá, no una verdad verificable, sino una verdad emocional, que a la larga es lo único que cuenta”. Tal vez, menos pomposamente, sea que ha logrado cierta libertad, la simple libertad de “entrar en los aposentos del pasado ya sin miedo a quedarse encerrado en ellos”.
Y a través de ellos, volver a vivir el presente que el largo luto había olvidado. Porque también, nos pueden pasar cosas buenas. Y, también otra vez, a través de Anna. Una inteligente tesista, Beatrix, Bebe, Coen, quiere estudiar la obra de Anna, sus poesías, cartas, borradores, todo. Baumgartner, la invita a una estadía en su propia casa para ese estudio, remodelándola, embelleciéndola, orgulloso de que se estudie la obra de Anna. Doble vicario revivir. A través de Anna, llega la admiración de una joven estudiante y renueva su casa y sus días, y también a través de Beatrix, “vive la experiencia vicaria de vivir en la piel de ella y sentir su emoción ante el descubrimiento de lo que seguramente le parecerá un gran tesoro escondido de vibrante y tumultuoso esplendor” en los escritos de Anna.
Vidas vicarias, algo denostado acaso, sin embargo, algo que nos permite vivir nuestras vidas. Y, con ello, aunque pueda parecer paradójico, un viaje al interior de sí mismo, que permite que todo se transforme.
(Seix Barral. Traducción del inglés por Benito Pérez Zambrano)