
Con sus dieciséis años, Griet ingresa como criada en la casa de Vermeer, a su cargo estaba la limpieza del estudio del pintor. Primer día en la casa, primer día de limpieza del estudio. La lleva y le da instrucciones Catharina, la mujer del pintor, silenciosamente se acerca para controlarla María Thins, la suegra. Un cuadro que estaba pintando en el caballete.
“Todavía estaba mirando el cuadro cuando María Thins empezó a hablar.
-Algo así no se ve todos los días, ¿verdad?
No la había oído entrar. Estaba en el umbral, ligeramente encorvada, ataviada con un fino vestido negro y un cuello de encaje.
Yo no sabía qué decir y no pude evitar volverme de nuevo hacia el cuadro.
María Thins se rió.
-No eres la única persona que se olvida de los mdales delante de uno de sus cuadros, muchacha. -Se acercó para situarse a mi lado-. Sí, este le ha salido bien. Es la mujer de Van Ruijven … No es una mujer hermosa, pero él hace que lo parezca -añadió-. Sacará una buena cantidad por él.
Al ser el primer cuadro de él que veía, siempre lo recordaría mejor que los demás, incluso mejor que los que vi evolucionar desde la primera capa de pintura de imprimación hasta los últimos detalles.
Una mujer se hallaba de pie delante de una mesa, vuelta hacia un espejo de la pared de forma que se la veía de perfil. Llevaba un manto de exquisito satén amarillo ribeteado con armiño blanco y una elegante cinta roja con cinco puntas en el pelo. La luz que entraba por una ventana la iluminaba por la izquierda, derramándose sobre su rostro y perfilando la delicada curva de su frente y su nariz. Se estaba colocando un collar de perlas alrededor del cuello, sujetando las cintas en alto, con las manos suspendidas en el aire. Fascinada con su reflejo, la mujer no parecía conciente de que alguien la estuviera mirando. Detrás de ella, en una resplandeciente pared blanca, había un antiguo mapa, y en el oscuro primer plano, la mesa con la carta, la brocha y el resto de las cosas cuyo polvo yo había limpiado.
Quería ponerme el manto y el collar de perlas. Quería conocer al hombre que la había pintado de aquella forma …
María Thins parecía satisfecha contemplando el cuadro conmigo. Resultaba extraño mirarlo teniendo la escena real justo detrás de él … Entonces vi una diferencia. Contuve la respiración.
-¿Qué pasa, muchacha?
-En el cuadro, la silla que está al lado de la mujer no tiene ninguna cabeza de león -dije.
-No. En esa silla antes también había un laúd. Él hace muchos cambios. No se limita a pintar lo que ve, sino lo que puede lucir bien …
Miré el cuadro por última vez, pero al observarlo tan atentamente me dio la impresión de que se me escapaba algo. Era como mirar una estrella en el cielo nocturno: si la miraba directamente apenas podía verla, pero si la miraba por el rabillo del ojo se volvía mucho más brillante …
‘La luz de la pared es tan cálida que cuando la miras notas el sol en la cara, como tú ahora’”, le diría a su padre después.