ARTE Y LITERATURA. Selva con tigre y cazadores, Aduanero Rousseau. John Berger

“El Aduanero Rousseau: el ingenuo pintor dominguero a quien trataron de bufón o, posteriormente, consideraron ‘delicioso’, pero quien siempre se consideró a sí mismo un pintor realista.

Sería absurdo exagerar el elemento realista de Rousseau si utilizáramos la palabra ‘realista’ en su sentido más común. A Henri Rousseau no le interesaban las cuestiones sociales o políticas. Su realismo, o lo que él creía que era realismo, no era una protesta contra un conjunto específico de mentiras sociales o ideológicas. Sin embargo, se puede decir que hay elementos en el arte de Rousseau que, considerados desde una larga perspectiva histórica, ampliaron sus posibilidades de pintar ciertos aspectos de la realidad para transformarlos y utilizarlos para sus propios fines.

… Se puede calificar a Rousseau de artista amateur en la medida en que no recibió formación artística alguna y tanto su posición social como económica le impedían ocupar un lugar en la jerarquía cultural oficial de Francia. Valorado conforme a los estándares oficiales no sólo carecía de toda la cualificación necesaria para ser artista, sino que también era penosamente inculto … Todos los cuadros que pintó Rousseau eran un testimonio de la existencia de una cultura alternativa, no reconocida, y, en realidad, todavía sin formular. Esto le daba a su obra una convicción curiosa, autosuficiente y desinhibida … Rousseau no tenía un método al que atenerse si le fallaba la imaginación: no tenía arte con el que distraer la atención si la idea que intentaba comunicar era débil. Lo único que tenía era la idea para un cuadro determinado. (Uno empieza a darse cuenta de la intensidad de esas ideas cuando piensa en la anécdota del terror que pasaba en su pequeña habitación parisina cuando estaba pintando el tigre en la selva) …

El estilo de Rousseau tenía muy poco que ver con las Bellas Artes, tal como se las reconocía por entonces: tan poco que ver con las Bellas Artes como el circo con la Comedie Francaise. Los modelos de Rousseau eran las postales, la escenografía de los espectáculos populares, los letreros de las tiendas, los carteles, los decorados de las ferias y de los cafés … Pero lo importantes es que Rousseau mostró que era posible hacer obras de arte utilizando el vocabulario visual de las calles de los barrios de la periferia parisina en lugar del de los museos. Rousseau, claro está, utilizó este lenguaje porque no conocía otro … El misterio nunca debe colarse en el método del dibujo: banderas y estandartes para representar una celebración, estampados de vivos colores para vestidos y uniformes … la cabeza humana … agrandar y simplificar los rasgos … cerca de la imaginación popular del cuentacuentos, del payaso, de la cantante, del actor, que a las ‘proporciones ideales’ de las Bellas Artes.

Finalmente, otro elemento presente en el arte de Rousseau… su alegría. Los cuadros de Rousseau son asertivos y positivos. Rechazan y ahuyentan toda duda, toda ansiedad; no expresan esa sensación de alienación que obsesionaba a Degas, a Toulouse- Lautrec, a Seurat, a Van Gogh, a Gauguin y a Picasso. Una razón tan simple como sorprendente: Rousseau era tan inocente, tan idealista, que lo que le sorprendía por absurdo no era su inverosímil visión de las cosas, sino el resto del mundo y sus estándares. Su confianza, su credulidad y su bondad sobrevivieron, no porque lo trataran bien -muy al contrario, lo trataron fatal-, sino porque pudo desechar la corrupción del mundo que lo rodeaba, considerándola un absurdo accidente”.

Deja un comentario