
Píldoras de la Crítica. La literatura, dadora de una segunda vida. George Steiner
(Apenas un breve extracto para pensar, sin hacer crítica de la crítica, ni hacerse parte de entreveros, ni tener que recorrer estos caminos)
“Es innegable el genio específico de la concepción griega y hebrea del potencial humano, el hecho de que la tradición occidental no haya conocido después ninguna articulación de la vida en la organización de lo sensible tan completa y tan rica en recursos formales. La universalidad de Homero, la capacidad de la Ilíada, y la Odisea para servir como repertorios de las principales actitudes de la conciencia occidental —somos tan petulantes como Aquiles, tan viejos como Néstor y nuestros regresos a casa son los de Odiseo— señalan un periodo único de creación lingüística. (Personalmente opino que la recopilación de la Iliada y la composición de la Odisea coinciden con la «nueva inmortalidad» de la escritura, con la transición específica de la literatura oral a la literatura escrita.) Esquilo bien puede haber sido no sólo el mayor trágico sino también el creador del género, el primero en poner en forma de diálogo las intensidades más altas del conflicto humano. La gramática de los profetas en Isaías da lugar a un verdadero escándalo metafísico —la entrada en vigor del tiempo futuro que proyecta el lenguaje en el tiempo. Un descubrimiento inverso anima a Tucídides; él fue el primero en ver con claridad que el pasado es una construcción del lenguaje, que el tiempo pasado de los verbos es la única garantía de la historia. La formidable alegría de los diálogos platónicos, el uso de la dialéctica como instrumento de cacería intelectual, arranca del descubrimiento de que, rigurosamente probadas, obligadas a chocar como en el combate o a maniobrar como en la danza, las palabras abren la puerta a nuevas posibilidades de comprensión y entendimiento. ¿Quién fue el primer hombre en contar un chiste, en hacer surgir la risa de la palabra? (la ausencia de bromas en las escrituras del Antiguo Testamento sugiere que el ingenio puramente verbal quizá es una invención reciente y subversiva).
En todos estos casos, el lenguaje era “nuevo” o, más exactamente, el poeta, el cronista, el filósofo dieron a la conducta humana y a la experiencia mental que se encontraba en circulación una «segunda vida» todavía desconocida —una vida que pronto descubrieron más perdurable y duradera, más llena de sentido que la existencia biológica o social. Este atisbo, que resulta a la vez trágico y exultante (el poeta sabe que el personaje ficticio que ha creado lo sobrevivirá) se afirma a sí mismo una y otra vez en Homero y en Píndaro. Cuesta trabajo imaginar que la Orestíada no haya seguido de cerca la toma de conciencia por el dramaturgo, de las paradójicas relaciones entre él mismo, sus personajes y la muerte individual. El autor clásico es el único revolucionario de cuerpo entero: él es el primero en irrumpir no en el océano mudo del lenguaje que termina con el hambre, sino en la terra incognita de la expresión simbólica, de la analogía, la alusión, el símil y el contrapunto irónico. Tenemos muchas historias de la guerra y de la decepción, pero no contamos con ninguna de la metáfora. ¿Cómo imaginar hoy lo que debe haber sentido el primer hombre que comparó el color del mar con lo oscuro del vino o el otoño con la cara de un hombre? Tales figuras constituyen nuevos mapas del mundo, reorganizan nuestro hábitat. Cuando el cantante pop gime lamentando que no hay una manera nueva de decir «estoy enamorado», o bien que los ojos de la amada están llenos de estrellas, toca con el dedo uno de los puntos neurálgicos de la literatura occidental. Han sido tan grandes y tan profundos la ambición y el alcance de los modelos helénico y hebraico que después de ellos no han sido particularmente numerosos los hallazgos nuevos y las aportaciones genuinas. Ninguna desolación ha sido tan profunda como la de Job, ningún rechazo de las leyes de la ciudad ha sido tan tajante como el de Antígona. Horacio ya contemplaba el fuego del hogar al caer el día; a Catulo poco le faltó para hacer un inventario del deseo sexual. Una parte muy amplia del arte y la literatura occidentales es un conjunto de variaciones sobre temas definitivos. De allí la confusa amargura del comensal que llega cuando el banquete está por terminarse y la impecable lógica de Dadá cuando proclama que no surgirán nuevas intensidades emotivas e intelectuales mientras el lenguaje no sea demolido. «Hagamos de nuevo todas las cosas», arenga el revolucionario en palabras tan viejas como el Cántico de Débora o los fragmentos de Heráclito”.