
A partir de
Sin sangre de Alessandro Baricco
Los cuatro que se acercaban en el Mercedes sabían que los había visto. No les importaba, “no se escapará, dijo el hombre elegante. Está hasta los cojones de escapar. Vamos”. Manuel Roca con su hijo pequeño los esperaron armados, a Nina, su hija pequeña la hizo esconderse en un sótano encubierto diciéndole que no salga hasta que la buscaran o no escuchara ya nada.
Una venganza pendiente de una guerra que ya había acabado. Roca entre los verdugos, sus asesinos entre quienes “querían un mundo mejor”.
Años más tarde, su pelo ya blanco, Nina que ya no usaba ese nombre, se acerca a un quiosco donde vendían boletos de lotería, el vendedor, era uno de los asesinos de su familia.
Habían pasado varios años tras aquella noche, el país prosperando, la guerra terminada pero no para todos. Historias sobre Nina corrían, y cada cierto tiempo morían uno tras otro los asesinos de Manuel Roca. Él sólo esperaba su turno. Y lo creyó ahora llegado.
Mientras tanto discuten. Ella cuestiona esa guerra; él la justifica.
Pero no se trata de eso. Ella quería revivir el instante en que el mismo hombre que ahora tiene delante, es el que la descubrió en aquel sótano y no la delató. El que mató a su padre y a su hermano, el que la salvó, y “entonces pensó que, por mucho que la vida sea incomprensible, probablemente la atravesamos con el único deseo de regresar al infierno que nos creó”.
Sí, puede haber muchas muertes y muchos nacimientos de una misma persona a lo largo de su vida.
(Anagrama. Traducción: Xavier González Rovira)