En un mundo cada vez más convulsionado…

… recordemos, con Tolstoi en esta ocasión, que hay leyes históricas. Que, al final, no se explica ni por la historia de las religiones, ni, tampoco, por la de los héroes…

Y que estas leyes históricas incluyen ir contra las reglas. Hay tiempos -Hobsbawm hablaba de «tiempos interesantes»- en los que reina la incertidumbre; tiempos de transición, más éstos de una nueva era de la Inteligencia Artificial abriéndose paso, en los que prevalece ir contra las reglas.

Nos explica Tolstoi algo obvio: la nación que gana una guerra aumenta los derechos propios y disminuye los de los derrotados. «Pero en 1812 los franceses obtienen una victoria y conquistan Moscú; y después de esto, sin nueva batalla, no es Rusia la que deja de existir, sino un ejército de seiscientos mil hombres y, con él, toda la Francia napoleónica». Y sigue: «Imaginémonos a dos hombres que, de acuerdo con todas las reglas de la esgrima, se baten en duelo a espada; el combate se prolonga; de pronto, uno de los adversarios, al sentirse herido, comprende que no se trata de un juego, sino de su vida, y abandona entonces la espada, empuña el primer garrote que encuentra a mano y comienza a usarlo contra su enemigo. Imaginémonos ahora que el contrincante herido, quien, juiciosamente, elige el medio más sencillo y eficaz para acabar con su enemigo, fuese fiel a las tradiciones de la caballería y en su deseo de ocultar la realidad insistiese en haber vencido con la espada de acuerdo con todas las reglas de la esgrima. ¡Es fácil imaginar la confusión y el desconcierto que habría producido semejante descripción del duelo!
Francia era el adversario que exigía una lucha de acuerdo con las reglas de la esgrima; Rusia fue quien sustituyó la espada por el garrote. Y quienes tratan de explicarlo todo según las reglas de la esgrima son los historiadores que han descrito aquellos acontecimientos … Después del incendio de Smolensk comenzó una guerra que no tiene parangón posible con ninguna otra de las conocidas hasta entonces. El
incendio de ciudades y aldeas, la retirada después de los combates, la batalla de Borodinó seguida de un nuevo repliegue, el incendio de Moscú y la caza de merodeadores, la intercepción de los convoyes, la guerra de guerrillas, todo se hacía al margen de las reglas.
Así lo sintió Napoleón; y desde que, al detenerse en Moscú, en la actitud correcta del esgrimidor, se encontró con el garrote levantado en vez de la espada del adversario, no dejó de lamentarse ante Kutúzov y el emperador Alejandro de que la guerra se hacía contra todas las reglas (como si existiesen reglas para matar a los hombres). A pesar de las quejas de los franceses por la no observancia de las reglas, y a pesar de que algunos rusos de superior condición creyeran vergonzoso —no se sabe por qué— atacar con garrotes, partidarios de pelear según las normas en quarte o en tierce y tirar hábilmente a fondo en prime, etcétera, el garrote de la guerra popular siguió levantándose y abatiéndose con toda su fuerza terrible y majestuosa; y sin tener en cuenta gustos y reglas, con ingenua sencillez pero con total
racionalidad y sin pararse a pensar en nada, siguió golpeando a los franceses hasta acabar con el invasor.
¡Loado sea el pueblo que, no como los franceses de 1813 que saludaban según todas las reglas del arte, volviendo la espada y entregándola por la empuñadura a su magnánimo vencedor, loado sea ese pueblo que en el momento de prueba, sin preguntarse cómo procederían otros según las reglas en caso semejante, agarra sin dudar el primer garrote que tiene a mano y golpea al enemigo hasta que el sentimiento de ofensa y venganza deja paso en su alma al desprecio y la piedad!».

Sí, se avecinan – se vienen abriendo paso- nuevos tiempos, graves, terribles.

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