
A partir de
Piel de lobo, de Lara Moreno
“Ha ocurrido algo, algo que no es normal”, y Leo con sus cinco años lo sabe. Aunque, “lo que pasa es que nadie sabe lo que es normal. ¿Qué es lo normal, joder?”
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Sofía la mayor de las dos hermanas y Rita, un año después de la muerte de su padre van a recoger sus cosas: ropa, recuerdos, olores. Hacen un alto. Rita se siente vieja, quieren que salgan a comer afuera de allí, está incómoda; Sofía quiere comer allí, “le gusta la casa. Le provoca desasosiego, pero le gusta. Muy en el fondo, no quiere desprenderse de ella, al fin y al cabo es su único lugar al que volver”.
La vuelta, con todo terminado y todo pendiente. El malhumor y las peleas de Sofía con su marido Julio que oculta a su pequeño hijo Leo. Los recuerdos, de los castigos arbitrarios del padre, Sofía los padecía, Rita los esquivaba con inteligencia y elegancia enfrentando a la autoridad sin enfrentarla. Pasado y presente con sus similitudes. Julio desaparece sin decir nada un fin de semana; Sofía, sola; Julio reaparece: que la deja. Con dolor pero con determinación, deja todo, ese piso, esa ciudad, el colegio de Leo con quien se va, sin avisar a Julio, a la casa de su padre, llegan a la noche, se acuestan. “Ahora es cuando el sonido del mar entra en la casa. Sofía intenta aislar este elemento, impedir que se mezcle con la atmósfera, llena de matices agrios. Antes de las diez el mar ya se ha apoderado de los muros y esa clarividencia de orilla la conecta con algo parecido a la paz, algo que viene de lejos, de las primeras noches en aquella casa”. Necesita esta casa, se lo dice a su hermana. Rita reclama, por la casa; y va allá, y quiere que se arreglen con Julio; Sofía le pregunta entonces, que de qué lado está. Recuerdan juntos, recuerdos distintos de los mismos días vividos. Una ligera, más libre Rita, que le espeta a Sofía, “no te está pasando nada extraordinario”, y Sofía quiere que Rita desaparezca en ese mismo momento.
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Es que, quién puede decir qué es importante o no para cada quien.
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Para Sofía fue un punto de inflexión, “me dio por pensar que mi vida se había acabado y que ya no era la misma de antes pero de una forma irrecuperable”. Es ahora, y fue antes, cuando empezó a destetar a Leo y temió perdieran el deseo entre ambos y experimentaron intercambio de parejas y sexo entre muchos y en tríos y ella con mujeres y todo parecía funcionar y todo estaba se fue rompiendo.
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Algo más importante.
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Siempre habrá un punto de inflexión en cada vida.
Lo importante es otra cosa. “La incapacidad para el enfrentamiento, es mucho mejor el deterioro. Es mucho más sucio el deterioro. Es mucho más letal”, se lamenta ahora Sofía, mirando hacia atrás: no haber enfrentado lo que debía enfrentar; son nuestras decisiones o las decisiones que no tomamos, o nuestro misteriosamente conformado carácter, lo importante.
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O no, lo importante es lo imprevisto, lo terrible imprevisto. Como cuando dejó a Leo con su hermana Rita y se fue a pasar una noche con una amiga.
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Ya casi solamente madre.
Y, “¿cuánto está en las manos de una madre?”.
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Sea cual sea, entonces, las circunstancias y la debilidad, “quién sostiene a los débiles, quién los protege. Delgado y pobre eslabón que se descuelga de la cadena. ¿Tan fuerte empuja la vida, con tanta violencia?”.
Cuánto está en las manos de alguien; quién puede proteger a quién; quién explicar qué nos sucede; quién saber qué nos pasó o nos pasó en nuestras vidas, creyendo saberlo.
Tal vez, al final, todos seamos un “pájaro perdido”.
Peor aún: como en tantas familias, están los lobos, con piel de lobo, ni recubiertos con su piel de cordero. Solo hay que abrir bien los ojos.
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¿O sí, aquel algo es algo normal; o sí, toda la vida las hermanas compitieron; y siempre fueron la una grave, la otra liviana; y uno carga sin saber lo que desde siempre ha cargado?
O, en realidad, todo eso es lo normal: los puntos de inflexión, nuestras decisiones o faltas de decisiones, lo imprevisto terrible, lo terrible negado.
¿Y hay remedio? Podría ser. Podría ser más simple de lo que podría suponerse. “Y yo le digo por qué no me has llamado, y ella me responde, dejé la puerta abierta, solo tenías que entrar”.
Sólo hay que atreverse a entrar.