
Henry, el abuelo de Mona su nieta de diez años, con quien visitaba cada semana un cuadro, temeroso de que perdiera la vista y entonces queriendo que pudiera quedarse con la belleza que la humanidad había producido, visitan esta vez en el Louvre El esclavo moribundo de Miguel Ángel.
“- Ese cuerpo, Mona, es el cuerpo afortunado de un muchacho perfecto, grácil y musculoso, en toda su plenitud, atravesado por una sacudida de placer, y al mismo tiempo, un cuerpo atormentado por el sufrimiento. La obra se titula El esclavo moribundo, y la extraordinaria ambigüedad de su expresión está concebida precisamente para transmitir una idea desconcertante. Más desconcertante aun si se tiene en cuenta que procede de un artista cuyas manos están acostumbradas a tallar piedras o batallar con pinceles y colores. La idea es la siguiente: debemos liberarnos de la materia, del mundo concreto y palpable. Ese cuerpo vibrante, Mona, pasa de los extravíos de la vida a las esferas ideales del más allá, del mismo modo que pasa de la condición de esclavo a la de hombre libre, y de la masa informe del mármol al esplendor de una escultura. Y estos tres pasos, todos ellos emancipaciones de la materia bruta, pesada y alienante del mundo, tienen lugar a la vez, en un movimiento terrible y sublime de alegría y desgarro entrelazados. Es una liberación.
- ¿Y por qué hay ahí una cabeza de mono?
- Me alegra que te llame la atención… Sin duda porque el mono es una parodia del hombre y del artista. Recuerda que el artista imita todo lo que ve, reproduce todo aquello con lo que tropieza. Mira: aquí está atrapado en una masa de materia confusa e inacabada. Simboliza ese nivel material del mundo, inferior, sobre el que es preciso elevarse. ¿Sabes, Mona? Miguel Ángel afirmaba que la figura ya existía en el mármol y que lo único que hacía falta era revelarla, hacerla emerger de su coraza. En la confusión de la materia anidan ya el espíritu y el ideal. La obra en toda su pureza”.