
A partir de
La red infinita, de Yayoi Kusama
[Es una autobiografía, tomémosla como tal, una mezcla de ficción y realidad]
Elegir tu destino.
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Hacia mediados de los ’50, siendo una joven de 27 años y con ya trece años como pintora en su país, decide que quiere dejar Japón e irse al extranjero. América era su destino. Con plata sí, pero insuficiente, llevaría sus acuarelas y sus kimonos para vender allí. Pero necesitaba mucho más, la visa, personas allá que respondieran por ella, y, sobre todo, apoyo. Lo buscó, audazmente: encontró un libro de la famosa pintora Georgia O’Keeffe, encontró su dirección, le escribió e inesperadamente recibió una respuesta alentándola. Terminó de decidirse. Con la misma audacia y determinación salvó todos los obstáculos. Apenas llegada a Seattle, una Galería le ofreció exponer su obra, que fue un éxito. “Ya sabía que me había marcado yo solita un destino muy arduo”. Pero quería más: quería llegar a Nueva York.
Y llegó: pero era un infierno de violencia y decadencia, en aquellos años, sobre la tierra. La pobreza la arrinconó, el hambre y el frío la acosaban.
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El arte, el trabajo, la ambición, de la grande, la determinación, puede salvarte cuando todo parece derrumbarse. Y algo más: un propósito.
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“Incapaz de dormir, me levantaba de la cama y me ponía a pintar. No había otra manera de soportar el frío y el hambre, y así me sometía a la presión de un trabajo cada vez más intenso”.
Tenía un propósito, algo más de lo que ahora pareciera predominar: “Mi entrega con tal de lograr una revolución en el arte hacía que me hirviese la sangre en las venas y hasta lograba que se me olvidara el hambre”.
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Pero no era sólo aquello. Hay algo más: algo que parece olvidarse, perderse en las historias que se cuentan: la amistad para empezar, de la que ya hemos hablado aquí.
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Georgia O’Keeffe apareció un día en su departamento, decidida a ayudarla. Aun así, seguía sin plata, pasaba días sin comer, pintaba obsesivamente, siempre el mismo motivo, debían trasladarla a un hospital y de allí a un psiquiátrico.
También quería ser como cualquier chica, acostándose con algún chico cada día. Y fama, y dinero. Que no todo es alta, blanca y pura dedicación al arte, aunque sí su principal motor.
Reconoce y agradece aquello: “Jamás olvidaré a tantos amigos americanos que me ayudaron y me apoyaron de principio a fin durante los tiempos más difíciles. Su amistad sincera fue una de las cosas más valiosas que me dio aquel país”.
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Y, también pareciera algo que no predominara en el presente, para un gran propósito, se necesita una idea.
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Logró una exposición individual en una Galería, con unos cuadros que “eran un presagio del movimiento del zero art en Europa y también del pop art, que se originó en Nueva York y se convertiría allí en la tendencia dominante dentro de la abstracción. Mi deseo era el de predecir y medir la infinitud de un universo sin límites desde mi posición en él, y hacerlo con puntos: una acumulación de partículas que forman los espacios negativos en la red. ¿Cuán profundo era el misterio? ¿Existía una infinidad de infinitos más allá de nuestro universo? Al explorar estas preguntas, quería examinar ese solitario punto que era mi propia vida. Un lunar: una sola partícula entre miles de millones”.
Una idea que le cuestionaban. Sin embargo, “lo estaba apostando todo a aquel número y ondeando mi estandarte revolucionario en contra de toda la historia”. Y así, decidida, alcanzó los elogios de la crítica.
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Todavía hay algo más: encontrarse a uno mismo.
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Pero ella misma nos explica lo que logró: “lograr una nueva pintura basada en una ‘luz’ diferente. Además, estos cuadros han abandonado por completo la idea del punto o centro focal fijo. Yo misma ideé este concepto, y ha sido un elemento destacado en mi trabajo durante más de diez años”. Eran el resultado, nos dice, de sus primeros dibujos de niña en Japón y lo ahora alcanzando, partía de lo que había observado en la Naturaleza y lo que ahora podía observar en su propia Psique.
Había encontrado su identidad artística.
Ya el éxito tocaba a sus puertas.
Lo demás, es lo que le sigue.
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Hay todavía algo más: el momento histórico preciso. Y el lugar preciso.
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Era un arte abstracto.
Cuando estaba naciendo y ascendente el arte experimental, abstracto y de vanguardia [la vanguardia tardía]. No hacía mucho de la irrupción del action painting, de la Escuela de Nueva York, de Jackson Pollock, De Kooning, y otros más. Y la generación más joven pugnaba, sin lograrlo hasta el momento, por emerger.
Y aquí, en medio de las ráfagas de intereses comerciales, de incertidumbres, de batallas de “ismos”, de nuevo, el carácter, la acción decidida, la ambición -la de la grande-, es necesaria: “Cada día volvía a aprender de nuevo que pintar, crear, es una sufrida lucha del ser humano, y volvía a aprender lo inescrutable que es esa brega y hasta qué punto está cargada de ambición”. El pop art asomaba; y algunos de sus recursos: las instalaciones, el arte psicosomático. Herbert Read, por su parte, y lo destaco como contrapunto, hablaba de un arte de “superrealidad”.
Y la injusticia que nada tiene de poética: Después, los más reconocidos Claes Oldenburg y Andy Warhol se apropiarían de las ideas de estas primeras exposiciones de estos años de Yayoi Kusama.
Y el lugar preciso, claro: Estados Unidos.
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Y, junto con ello, algo más específico: dialogar con los movimientos sociales de su época.
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Realizó a partir de 1967 un happening tras otro, uniendo su arte al de los movimientos hippies, de liberación sexual, anti- guerra, feministas. “En todos y cada uno de mis happenings infringíamos diez o quince leyes distintas, pero esas leyes tan solo representaban la ideología del poder establecido, que, en esencia, resultaba irrelevante para mi arte”.
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Y también, algo común a todos los artistas, y a la vez particular a cada uno: sus obsesiones, sus demonios, como dice Vargas Llosa, personales.
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En este caso, romper con el tradicionalismo y convencionalismo de su familia en Japón, lo que la había impulsado originalmente a dejar su tierra natal; las alucinaciones visuales y auditivas seguidas de un cuadro de despersonalización que desde niña la marcaron, que al dibujarlas la alivianaban, y que fueron el origen de sus cuadros; el horror al sexo y a la comida industrial; a la violencia y a la guerra. Que no significa aislados del mundo en el que vive: “Siento un profundo interés por tratar de comprender las relaciones entre las personas, la sociedad y la naturaleza, y mi obra se forja a partir de la acumulación de esas fricciones”.
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Todo se entremezcla para hacer a un artista, a un escritor. Y todo es todo: carácter, ambición, propósito, una idea motora, la amistad para empezar, el poder definir la propia identidad como artista, el momento histórico, el lugar preciso, los propios demonios. ¿Y si algo falta?