
Caroline Hubble, hija del poderoso industrial Frederick Weed y esposa del poderoso terrateniente Roger Hubble, llama al herrero republicano, hijo de campesinos y combatientes irlandeses, Conor Larkin para restaurar la cancela de la Mansión Hubble en la convulsionada Irlanda, que había sido hecha siglos atrás por el herrero- artista Tijou.
“Con frecuencia, en esos días, el alba encontraba a Conor Larkin caminando a lo largo del muelle Foyle, atronadoramente concentrado, tras haber sido arrancado a su sueño por la solución a uno de los misterios de Tijou. Como los buenos actores, se estaba metiendo cada vez más profundamente en su papel. Mientras conversaba en murmullos con Tijou se le fue revelando una increíble verdad. Esa gran cancela estaba más allá de la mera artesanía. Era una pura obra de arte, digna de estar junto a las estatuas griegas y a la colección de impresionistas de lady Caroline… y junto a la gran música. La cancela era en sí una obra maestra.
A cierta altura de su trabajo, Tijou había caído en la cuenta de que estaba en cierto estado de creación divina, navegando en un mar que nadie hasta entonces había recorrido; a conciencia o sin saberlo, instaló trampas en toda la cancela para que jamás pudiera ser duplicada. Conor halló una de esas sobrecogedoras respuestas durante cierta visita que hizo a Seamus O’Neill en Belfast, donde asistieron a un concierto que terminó con la Quinta Sinfonía de Beethoven. Mientras escuchaba Conor se comparó con el director de orquesta, que intentaba interpretar lo que el compositor quería decir. Esta obra era asombrosa: clara y tan perfecta que quien la escuchara no necesitaba de otro maestro que sus oídos. Lo que estaba escuchando era, probablemente, la obra musical más grande jamás compuesta. Y estaba bien tocada por los músicos, completamente atrapados por su majestad y alzando raudo vuelo juntos. Lo que Conor Larkin descubrió esa noche fue que el arte, fuera una pieza musical, una magnífica obra literaria, una gran pintura, una escultura, seguía una línea de lógica absoluta. Y ninguna obra musical compuesta antes de Beethoven era tan lógica como su Quinta Sinfonía.
El gran artista comienza con una línea sobre la tela. El gran escritor comienza con una línea en el papel. El gran músico comienza con una frase a menudo sencilla, como las cuatro notas de Beethoven… y alza un vuelo de lógica hasta su conclusión ultramundana. Pero ¿qué decir de los impresionistas que lady Caroline tenía en su museo? La línea de lógica aún estaba allí, sólo que esfumada por la luz o exagerada por el tono y la expresión. Existían muchas obras de arte, música y literatura, ocasionalmente, donde la línea de lógica se quebraba o no existía; entonces las palabras, los sonidos o las imágenes que llegaban a la tela no eran arte, sino un antiarte de distorsión. Conor sospechaba que, en esos casos, los casi artistas eran hombres de talento menor, sin capacidad, destreza, paciencia (o genio) para asumir la desquiciante, abrumadora tarea de seguir la lógica hasta su conclusión. Van Gogh, hombre de genio, se mantenía lógico mientras pintaba, aun en la demencia. Los que no podían aplicar esa línea simple terminaban haciendo sonidos cacofónicos o una lógica patéticamente distorsionada en la creación del antiarte. Estos autoproclamados artistas, que vivían a la sombra de los pocos poderosos, vendían su discordancia, su confusión, sus líneas distorsionadas, a los elementos críticos, que también eran gente menor. Éstos, a su vez, creaban un lenguaje ilógico para describir el arte y la música ilógicos.
Los herreros, los albañiles, los hombres que tallaban las paredes de las cuevas, eran tipos sencillos, con ponderosas herramientas de metal. El primitivo artesano del hierro forjado era tosco, pero todo comenzaba con una línea lógica, porque eso era honrado. Un Jean Tijou viene y eleva la línea y la lógica hasta una Quinta Sinfonía del hierro, majestuosa marcha hacia la cima de la montaña y luego más allá, epítome del genio humano. Al regresar de Belfast, Conor encontró esas líneas simples y sencillas y las siguió por la cancela hasta sus exquisitas cascadas. El misterio se tornaba cada vez menos amenazante”.
Conor no se atreve a intervenir la obra de Tijou. Caroline insiste que lo haga:
“—Téngame paciencia, porque esto es muy difícil de expresar. Tijou debe de haberse enamorado locamente de Irlanda. Tal vez fue por una mujer. Según los registros de la Iglesia era muy, pero muy travieso con… bueno, con su herramienta. Tal vez ejecutó esto en medio de una fiebre religiosa. Porque no lo hizo en el Castillo de Windsor… ni en el Vaticano… sino en un remoto rincón de un país remoto. No le importaba que vinieran multitudes a rendirle homenaje. No le importaba que nadie lo viera jamás. Esta cancela fue algo entre Tijou y Dios. Quizá no le gustaría que yo pisoteara su tumba.
—Creo que Tijou daría su aprobación. Es más: le encantaría.
—Veo que usted no está captando mi mensaje —barbotó Conor. Veamos cómo puedo expresarlo. Casi todas las grandes obras religiosas, y ésta lo es, han sido hechas desde el punto de vista de Dios, que mira hacia abajo, con aprobación o desaprobación. Dios desafía al hombre. Pero en la Quinta Sinfonía de Beethoven el punto de vista era el del hombre expresando a Dios la gloria del hombre. Esta cancela es el hombre levantando la vista hacia Dios para decirle lo gloriosa que es la humanidad. Aquí no está Dios mirando hacia abajo para juzgar”.