
Clama el “furioso Arcángel” a los suyos: “Innumerable ejército de Espíritus formado, que osaron oponerse a su dominio y, prefiriéndome a mí, su más grande poder al poder adverso enfrentaron en dudosa batalla en los campos del Cielo, haciendo conmover su trono. ¿Qué importa que perdiéramos el campo? No todo está perdido – nos quedan el ánimo invencible, el proyecto de venganza, el odio inmortal, y el coraje que jamás se somete o cede: pues, ¿qué otra cosa significa el no haber vencido?”
Clama Adán a Dios: “a tus divinos ojos son iguales tus hijos todos; haces que los bienes al cabo siempre triunfen de los males; cuando quieres en fuerza la flaqueza transformas y en grandeza conviertes la pequeñez, la ignorancia en ciencia y en sólida firmeza la inconstancia. Tu ejemplo me ha enseñado que en este mundo es soldado todo hombre; que sean cuales fueren del dudoso combate el fin y el premio que le espera, su primera obligación es la de pelear, valeroso siempre, en los asaltos de esta desgraciada vida, agitada de tempestades”.
John Milton, El paraíso perdido