
Píldoras de la crítica. Virginia Woolf, el camino de hacerse escritora. Quentin Bell
(Apenas un breve extracto para pensar, sin hacer crítica de la crítica, ni hacerse parte de entreveros, ni tener que recorrer estos caminos)
¿Qué hace de un escritor un escritor, de una escritora una escritora, de Virginia Woolf una escritora?
“Se había preparado durante largo tiempo para ser escritora, es decir, había estado leyendo vorazmente y escribiendo con asiduidad”.
También, por supuesto, otras muchas circunstancias:
Dos tradiciones familiares permaneciendo en tensión entre sí:
“Virginia creyó que era la heredera de dos tradiciones muy distintas y, en realidad, opuestas; de hecho llegó más lejos y sostuvo que estas dos corrientes rivales se precipitaban y manaban juntas en sus venas sin armonizarse”.
Por un lado, la familia paterna, los Stephen, por otro lado, la familia materna, los Pattern.
Del lado paterno, “vio a los Stephen como una raza muy definible … Fueron todos escritores, todos tuvieron algún don, y experimentaron cierto placer en el uso de la lengua inglesa. Pero escribieron como hombres que están acostumbrados a presentar una tesis, que quieren que esta tesis sea comprensible y eficaz, hombres que ven la literatura más como un medio que como una finalidad. Su mente estaba formada para recibir hechos, y cuando tenían un hecho muy claramente expuesto podían tomarlo en sus manos, darle la vuelta a uno y otro lado, analizarlo, y se sentían contentos. Con hechos, hechos de esta clase, podían hacer construcciones útiles, ya fueran políticas, jurídicas o teológicas. Pero servían muy poco para las intuiciones, para la melodía de una canción, para el espíritu de un cuadro … Los Stephen eran intrépidos, en la medida en que los abogados deben serlo. Tenían gran audacia moral, física e intelectual”
Del lado materno, “los Pattle eran en conjunto una raza menos intelectual que los Stephen; no tenían aptitud alguna para la palabra, y se les recuerda principalmente por sus caras. Hasta donde llegan los antecedentes —y actualmente podemos conocer cinco generaciones— parece que cierto tipo de belleza aparece y reaparece, en algunas ocasiones vagamente, en otras sorprendentemente reencarnada de fase en fase. Este tipo permanece latente en los hombres de la familia para emerger en sus hijas, aquellas hijas que han hecho las delicias de generaciones sucesivas de artistas. Son los pintores quienes han admirado más a estas mujeres … No eran aficionadas a la literatura y no encontraremos entre ellas a las grandes pioneras de la emancipación femenina … Pero incluso la difusa benevolencia, la tontería borrosa, la efusividad poética y el sentimentalismo empalagoso e irritante que uno encuentra en Maria Jackson pueden de alguna manera elevarse y salir de la tontería para deslizarse hacia la poesía y hacia cierto tipo de genio en el caso de Mrs. Cameron”.
Dos tradiciones distintas entonces: “Aquí estaban, pues, las dos vertientes de la herencia recibida por Virginia, una herencia que era, en cualquier caso, lo bastante real en su imaginación. No es difícil poner etiquetas a las vertientes paterna y materna: razón y sensibilidad, prosa y poesía, literatura y arte, o, más sencillamente, masculino y femenino. Semejantes etiquetas son insatisfactorias, pero sugieren algo que es verdadero”.
También, los horrores:
Tras la muerte de la madre, volvió uno de sus hijos, hermanastro de Virginia y Vanessa, George Duckworth, de 27 años, considerado por todos “un hermano modelo”. Pero, “después de la muerte de su madre, su amabilidad no tuvo límites: tenía un carácter emotivo y demostrativo, su hombro estaba allí para apoyarse y llorar en él, sus brazos estaban abiertos para consolarlas … este abrazo fraternal y cómodo se convirtió en algo que, para George, sin duda, resultaba incluso más confortable aunque menos fraterna … lo que había empezado siendo cordialidad acabó siendo una escaramuza erótica repugnante. Cuando Virginia estaba en sus clases había caricias y manoseos, que iban un poco más lejos —en verdad no sabemos hasta dónde llegaron— cuando, con la seguridad de un hermano atento y privilegiado, George llevaba su afecto de la clase a las habitaciones donde dormían los niños. A las hermanas sencillamente les parecía que su cariñoso hermano se había transformado ante sus ojos en un monstruo, un tirano contra el que no tenían defensa, puesto que ¿cómo podían contar o tomar acción alguna contra una traición tan encubierta que el propio traidor incluso la medio desconocía? … el afecto se iba convirtiendo en concupiscencia, y solamente lo advirtieron por el disgusto que sentían. A esto, y a su intensa timidez, debemos atribuir la larga reticencia de Vanessa y de Virginia a este respecto … Más difícil era todavía encontrar a alguien a quien contárselo. Stella, Leslie y las tías, todos se hubieran alarmado, horrorizado, indignado, y no lo hubieran creído. Su única solución parecía ser evitarle en silencio, pero incluso esto les era negado: debían unirse al coro de alabanzas que suscitaba su perseguidor … para sus hermanastras personificaba algo horrible y obsceno. Más que esto: les ensució la más sagrada de las primaveras, manchó sus sueños. Una primera experiencia de amor, dado o recibido, puede ser hechizante, desoladora, embarazosa o incluso aburrida, pero no debería ser repugnante. Eros llegó con un revuelo de alas de murciélago, una figura de sexualidad repelente e incestuosa. Virginia se dio cuenta de que George había estropeado su vida antes incluso de que hubiera empezado. De natural tímido respecto a temas sexuales, a partir de entonces se colocó en una posición de pánico helado y defensivo”. Virginia entró en un largo período de silencio, y “a partir de entonces, supo que había enloquecido y que podía enloquecer de nuevo”.
También, por su puesto, la lectura. “Criatura, cómo engulles”, le decía su padre de tanto que leía. Y al mismo tiempo escribía, un periódico, el Hyde Park Gate News que hacía leer a su familia, y sus diarios personales.
También, las brutales desigualdades de género. “Durante el resto de su vida asumió que su educación era deficiente y sintió que era una ofensa que se le había infligido por razón de su sexo. Esta radical desigualdad en la disposición del mundo se le iba a revelar”, de muchas maneras.
También, la ayuda siempre necesaria de los demás. Entre lo primero que publicó, estuvo “un artículo que mandó a The Guardian, un semanario de Londres en el que Mrs. Lyttelton, la encargada del suplemento femenino, era amiga de Violet Dickinson”, la gran amiga entonces de Virginia. “Gracias a la inicial presentación de Violet y a su constante estímulo, Virginia encontró en The Guardian una salida bastante regular para sus primeras tentativas en el periodismo”. Lo mismo pasaría poco después: “En 1905, Virginia empezó a entrar en contacto con The Times Literary Supplement, una relación que iba a durar casi hasta el fin de su vida”. Su director, Bruce Richmond, era conocido del padre de Virginia a quien había propuesto colaborar tres años antes, y ahora, un año después de la muerte del padre, invitaba a la hija a hacerlo.
También, un poco por casualidad, haber sido parte de un grupo particular, el grupo de Bloomsbury, en el ocaso de una sociedad, la victoriana, abriendo un período de transición que lo permitía: “Aquí se les pedía que hicieran algo que no se les había pedido anteriormente: usar su cabeza. Lo restante no importaba demasiado, puesto que, mientras el interés de una fiesta en Belgravia era la búsqueda de matrimonio, el interés de una reunión en Bloomsbury residía en intercambiar ideas”.
Finalmente, la decisión de hacerse una escritora. La decisión. Y buscando vencer los propios obstáculos. “Sin embargo, no publicó ninguna obra de ficción hasta los treinta y tres años. Su taciturnidad literaria era en parte resultado de su timidez: todavía sentía horror ante el mundo y le horrorizaba exhibirse a sí misma. Pero a esto iba unida una emoción más noble: un gran respeto por la seriedad de su profesión. Para producir algo que se conformara con sus propios criterios era necesario leer vorazmente, escribir y reescribir continuamente y, sin duda, cuando no estaba escribiendo, dar vueltas a las ideas que se manifestaban en su mente. Tras haber descubierto, más o menos, la dirección por la que quería seguir, habría vivido muy cerca de su obra. Nadie que tenga la menor experiencia de lo que es crear una obra de arte necesita que se le diga cuán totalmente un proceso semejante, cuando ha empezado, domina la mente. Llega a ser la sustancia de la propia vida, más real que cosa alguna, una delicia y un tormento”.
En 1913 finalizó su primera novela, Fin de viaje, que se publicó unos pocos años después.
(Virginia Woolf. Una biografía. Quentin Bell)