
A partir de
La nieta del señor Linh, de Philippe Claudel
El señor Linh con su nieta de seis semanas, Sang Diu, ‘Mañana Dulce’, viajan en el barco que los lleva fuera de su país en guerra, a un país del que no conocen ni el idioma, ni nada, ni a nadie.
Rechaza toda ayuda de otros refugiados como él con su nieta, de quienes allí lees reciben y alojan en un galpón, del que no se atreve a salir. Pero debe hacerlo, por su nieta, y lo hace.
Se sienta en el banco de una plaza, y al poco rato un hombre, Bark, empieza a hablarle, de su mujer que murió recientemente. Deja de hablar, se para, y se va.
***
Triste está el señor Bark en ese banco donde se sentaba siempre a esperar a su esposa al finalizar su día de trabajo. Triste está el señor Linh recordando a su aldea, su familia, su vida pasada, todo aquello muerto también.
***
Y cada día vuelven allí ambos. Cada vez habla el señor Bark sin recibir respuesta, nada entiende el señor Linh, aunque aquella voz amable lo mece. Y comprende, sí, por su tono, la tristeza.
Se encuentran todos los días. Se sienten bien haciéndose compañía, aún sin poder entenderse, no con palabras; pero sí con pequeños gestos amables. Poner la mano sobre el hombro del otro, compartir una fotografía, una bebida caliente, un paquete de cigarrillos, una sonrisa, recorrer la ciudad, contemplar el mar.
Todo eso, la voz -no las palabras- de Bark “es una música que se adapta a todo lo que ofrece la vida, a sus caricias y sus asperezas”.
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Y hay algo más. Una silenciosa comprensión del otro. Sus temores, necesidades, fantasías- Esa pequeña que no abandonaba nunca. Sang Diu. ¿Su nieta? Una conexión con su aldea. Su tierra, su familia, su pasado. Y ese desconocido amigo que es una amable autorización. A veces, lo que se necesita para sobrevivir, a “las asperezas de la vida”.