Martín Fierro, de José Hernández

A partir de

Martín Fierro, de José Hernández

“Soy gaucho, y entiendanló”:

“para mí la tierra es chica”

“Mi gloria es vivir tan libre/ como el pájaro del cielo”

“nunca peleo ni mato/ sino por necesidá”

Y la necesidad llega:

“Y sin embargo la gente/ lo tiene por un bandido”

Pero es que es pobre y anda desnudo. Desnudo porque lo desnudaron: enviado a la frontera, a trabajar para los oficiales; abusado y saqueado al volver le han quitado a sus hijos, a su estancia, a su mujer, solo la tapera le dejaron. Es ahora desertor; es matrero; es vago; es empujado por la fuerza de las cosas, a enfrentar a un mulato, después a un gaucho, y a los dos de un cuchillazo mató; es perseguido “como si fuera maldito”.

Es este el lamento de Martín Fierro. Y es que “Desde chiquito gané / La vida con mi trabajo/ Y aunque siempre estuve abajo/ Y no sé lo que es subir/ También el mucho sufrir/ Suele cansarnos ¡barajo!”.

Porque es verdad, porque es cierto, que “son campanas de palo/ las razones de los pobres”, que además persisten y no cesan: “Nunca se achican los males/ Van poco a poco creciendo”.

¿Qué hace el pobre, qué hace el desdichado, el que nada tiene entonces? Dos gauchos que se ayudan dos respuestas distintas dan.

Martín Fierro sin titubear canta contundente “No hallé ni rastro del rancho/ ¡Sólo estaba la tapera!/ ¡Por Cristo, si aquello era/ pa enlutar el corazón./ Yo juré en esa ocasión/ ser más malo que una fiera!”.

No fue un arrebato. Lo ratifica una y otra vez: “De todo el que nació gaucho/ Esta es la suerte maldita/ Vamos, suerte, vamos juntos/ Dende que juntos nacimos/ Y ya que juntos vivimos/ Sin podernos dividir/ Yo abriré con mi cuchillo/ El camino pa seguir”.

En un encuentro feliz el valiente Cruz enfrentó al pelotón de policías que arrinconaba a Fierro porque “Cruz no consiente/ Que se cometa el delito/ De matar ansí un valiente”: padece las mismas penas y desdichas. Pero, “A mí no me matan penas/ Mientras tenga el cuero sano/ Venga el sol en verano/ Y la escarcha en el invierno/ Si este mundo es un infierno/ ¿Por qué afligirse el cristiano?”. Y porque “ansina es el pastel” concluye lo contrario de Fierro: “que lo que es, amigo, yo/ Hago ansí la cuenta mía/ Ya lo pasado pasó/ Mañana será otro día”. Porque, “¿para qué platicar/ Sobre estos males, canejo?/ Nace el gaucho, y se hace viejo/ Sin que mejore su suerte”.

Entonces, ¿qué hace el pobre, qué hace el desdichado, el que nada tiene entonces, los gauchos de ayer y de hoy? ¿Se abre con Fierro el camino a punta de cuchillo, se resigna con Cruz y mañana será otro día? Se bifurcan los caminos. O abren juntos uno nuevo, en busca de otro destino: irse para el desierto “allá no hay que trabajar/vive uno como un señor/ De cuando en cuando, un malón,/ Y si de él sale con vida,/ Lo pasa echao panza arriba/ Mirando dar güelta al sol”.

(Contrastemos, como excepción. Borges advierte: José Hernández “adolece de otro propósito que le impide alcanzar la ‘novela pura’: el propósito vindicatorio, social”. Pero además, tal vez más importante: “Algún panegirista, devoto de la mera multiplicación, ha querido que la biografía de ese gaucho fuera la de todos los gauchos y ha pretendido comprimir en ese cuchillero individual de 1870 el proceso complejo de nuestra historia … Es evidente que la historia del Uruguay no es la historia de Montevideo; la de Buenos Aires, en cambio, cabe en la ciudad de ese nombre. En la otra banda, el campo mandó; en ésta, la ciudad”. Y hay más pero concluyamos: “Martín Fierro es de los libros que yo más quiero; por eso mismo, trato de defenderme de esa pasión y de juzgarlo con probidad”).

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