Penélope y las doce criadas, de Margaret Atwood

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Penélope y las doce criadas, de Margaret Atwood

“¿Acaso yo no había sido fiel? ¿No había esperado y esperado pese a la tentación —casi la inclinación— de hacer lo contrario? ¿Y en qué me convertí cuando ganó terreno la versión oficial? En una leyenda edificante: un palo con el que pegar a otras mujeres. ¿Por qué no podían ellas ser tan consideradas, tan dignas de confianza, tan sacrificadas como yo? Ésa fue la interpretación que eligieron los rapsodas, los contadores de historias. «¡No sigáis mi ejemplo!», me gustaría gritaros al oído”.

Pero, ¿cómo llegó a ganar terreno la versión oficial, a que Ulises la castigara al final de su regreso, y con ella a otras mujeres, las doce criadas que mató Laertes su hijo por orden suya? “hacía la vista gorda. Mantenía la boca cerrada y si la abría era para elogiarlo. No lo contradecía, no le planteaba preguntas incómodas, no le exigía detalles. En aquella época me interesaban los finales felices y éstos se obtienen manteniendo cerradas determinadas puertas y echándose a dormir cuando las cosas se salen de madre”.

Pero no fue solo el silencio. Tú, Ulises, “tenías la lanza/ tenías la palabra/ tenías el poder”. Además, oh ignominioso Ulises, “gozabas nuestro miedo”.

No solo hubo silencio y muerte. Penélope, de niña, arrojada al mar por su padre por un presagio funesto mal interpretado, ignorada por la madre, había aprendido dolorosamente, “las ventajas —si es que son tales— de la independencia. Comprendí que tendría que cuidar de mí misma”. Sus criadas, como tales, ni eso tenían en su defensa, víctimas de iguales y peores violencias.

por mi

En total, Penélope era renombrada “por mi inteligencia…, y por mi labor, y por mi fidelidad a mi esposo, y por mi prudencia”.

Su inteligencia, la de este tipo que le enseñó su madre el día de su boda: “El agua no ofrece resistencia. El agua fluye. Cuando sumerges la mano en el agua, tan sólo sientes una caricia. El agua no es un muro, no puede detenerte. Va a donde quiere y, al final, nada puede oponérsele. El agua es paciente. Las gotas de agua horadan la piedra dura. No lo olvides, hija mía. Recuerda que eres mitad agua. Si no puedes atravesar un obstáculo, rodéalo: es lo que hace el agua”.

Tal vez le sirviera, una vez que quedó sola en Itaca al partir Ulises a la guerra en Troya, para defender con Menelao y Agamenon el honor de la familia exigiendo a Paris que devolviera a la secuestrada Helena. Le llegaban noticias de allá durante los primeros diez años de la ausencia de Ulises de Itaca, noticias de “los héroes más distinguidos: Aquiles, Agamenón, Áyax, Menelao, Héctor, Eneas y compañía, pero a mí no me importaba ninguno de ellos: sólo Odiseo. ¿Cuándo regresaría y aliviaría mi aburrimiento?”.  Ulises entre tantas historias que escuchaba, “había urdido la estratagema del caballo de madera lleno de soldados”. Terminada la guerra de Troya, los barcos griegos volvieron a sus destinos, menos el de Ulises.

Al principio, no se limitó a esperar su llegada. “Mi plan consistía en hacer crecer las propiedades de Odiseo para que cuando él volviera fuera incluso más rico que antes: dueño de más ovejas, más vacas, más cerdos, más campos de cereal, más esclavos. Tenía en la cabeza una imagen perfectamente nítida: Odiseo regresaba y yo —con femenina modestia— le mostraba lo bien que había realizado un trabajo que solía considerarse de hombres. Y, por supuesto, lo había hecho por él. No había dejado de pensar en él ni un momento”.

Pero pasaba el tiempo, y los pretendientes, no solo a su mano, sino a sus bienes y a la corona de Ulises, comenzaron a asediarla.

¿Qué hacer ante ese abuso? “Yo sabía que no serviría de nada intentar expulsar a aquellos pretendientes indeseados, ni atrancar las puertas para impedirles la entrada al palacio … recordaba el consejo de mi madre: «Haz como el agua. No intentes oponer resistencia. Cuando

intenten atraparte, cuélate entre sus dedos.» Por eso fingía que me complacía su cortejo … Pero antes de elegir a uno de ellos, les decía, tenía que estar completamente segura de que Odiseo jamás regresaría a Ítaca”.

La razón era insuficiente, pasaba el tiempo y ya parecía que la muerte de Ulises era un hecho. Así Penélope, recurrió a la astucia: “puse una gran pieza de tejido en mi telar y dije que era un sudario para mi suegro Laertes, pues sería una impiedad de mi parte no regalarle una lujosa mortaja para el caso de que muriera. Hasta que terminara esa obra sagrada no podría pensar en elegir un nuevo esposo, pero en cuanto la completara me apresuraría a escoger al afortunado …  Pero por la noche deshacía la labor que había hecho durante el día, de modo que no avanzaba en la conclusión del sudario”, todo acompañada por sus doce criadas más fieles agregando otra astucia: que ellas se entregaran a los pretendientes para saber sus planes, incluso más, para ganarse la confianza de ellos, las autorizó a que hablaran mal de la misma Penélope, de Ulises y de Telémaco.

Pero la astucia, las hay de distintos tipos, tenía una débil motivación: “se me acababa el tiempo, empezaba a desesperarme y tenía que emplear todas las artimañas que tuviera a mi disposición”: muchas criadas de enamoraron de verdad de los pretendientes, y denunciaron la astucia de Penélope.

Hubo una nueva astucia, que se combinó con la de Ulises ya de regreso: lo hizo volviendo disfrazado de campesino porque el número de los pretendientes era muy superior, y Penélope propuso un torneo en el que sabía vencedor a Ulises: lanzamiento de la flecha con el arco del marido supuestamente ausente. No fue necesario, Ulises con Telémaco mataron a todos los pretendientes. Y después, a las doce criadas desleales, a quienes ahorcaron.

Penélope se siente culpable: “¡Fue culpa mía por no revelarle mi plan!”.

Pero era más que culpa. Era, acaso, el derrocamiento de un orden matrilineal, para instaurar uno patriarcal, sangrientamente.

Por eso no es casual que de Ulises se cante su astucia, y se silencie la verdadera fuente de su fuerza: la lanza, la palabra, el poder, y de Penélope, igual de astuta, su paciente espera del esposo.

(Salamandra. Traducción del inglés de Gemma Rovira Ortega)

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