
A partir de
Las maravillas, de Elena Medel
“Siento envidia por aquellos a los que les va bien, y me reconfortan aquellos a los que les va mal, porque me permiten no sentirme tan sola. No quiero lástima porque no la merezco. No quiero tu lástima porque no te conozco de nada: no me sé tu historia y si quieres cuéntamela, que yo te oigo”.
Y no es una historia, son muchas, de tantas mujeres.
Niñas más o menos ricas venidas a menos después del suicidio del padre ocultado como accidente; niñas más o menos pobres envidiando la riqueza de las niñas más o menos ricas; sirvientas; más o menos militantes en partidos dominados por hombres; concientes de que el enemigo es el jefe, pero también el hombre que vive a tu lado; empleadas de supermercados, de tiendas de chocolatinas, de empleos precarios, mal pagos. Siempre faltas de dinero, “en el fondo se trata del dinero: de la falta de dinero”.
Los sobresaltos, padecimientos, cambios, siempre desfavorables, de la vida. ¿Qué hacer con todo eso?
Alicia, sin plata en sus bolsillos, trabajando como se espera que trabaje, amablemente, invisible, ¿Patricia, verdad?, le dicen condescendientes los clientes; soportando a Nando que espera que, ya que no le dio un hijo, le acompañe al bar con sus amigos, a lo de su madre, algo a cambio. María, con más de 70 años, en la asociación, cuenta sus historias a sus jóvenes compañeras, allí, en la asociación “fue la primera vez en la vida que sentí que alguien me escuchaba, y que respetaba lo que yo decía”, y antes, “nunca me encontré a mujeres como nosotras … A mujeres pobres. Incluso para protestar hay que tener dinero”. María, años antes, más joven, a su pequeña hija “Carmen, le desea más fortuna que la que ha tenido” ella su madre.
Los sobresaltos, padecimientos, cambios, siempre desfavorables, de la vida. ¿Qué hacer con todo eso?
Celia, en un e-mail, recordaba días de niña con su amiga Inma, la envidia que sentían por la casa y las sudaderas y las Nike de Alicia y su hermana, pero recordaba más “la tranquilidad que sentía al regresar a casa y encontrar en el sofá a su mamá y a su tía, a su hermano pequeño y a sus dos primas terminando las tareas; a su abuelo en la mecedora … la tranquilidad más tarde de la puerta abriéndose porque su padre llegaba de trabajar … Para el asunto del mensaje, Celia escogió uno sin vínculo aparente con la situación: ‘Las maravillas’”. Tal vez lo mismo que sintió María cuando comprendió que Carmen, cuando de beba estiraba sus brazos no pedía amor o comida, sino rutina, la rutina tranquilizadora y segura de saber que la van a tomar en brazos.
María, que vuelve a casa de una manifestación y se sienta en su sofá, contempla su estantería con sus libros en su piso mínimo de alquiler, y puede descansar; habiendo rechazado vivir con Pedro en su piso propio para ahorrar, porque sí, se trata de dinero, pero también de poder.
Los sobresaltos, padecimientos, cambios, siempre desfavorables, de la vida. ¿Qué hacer con todo eso? ¿Acaso esas maravillas, esa tranquilidad, ese descanso que te dan esas rutinas, las propias, las elegidas?
Dicho con simpleza, con lenguaje cotidiano, casero, un buen recorridi desde la mirada recelosa al otro, a cualquier otro, en cualquier circunstancia.
Desde la niñez a la adultez, la mirada puesta afuera, hasta llegar a la «maravilla» de comprender lo que a cada uno lo hace sentir en paz, le da sentido y eso esta ligado al propio ritmo, a la familiaridad.
Tal vez por eso elige usar esas palabras
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