
A partir de
Las Pankhurst, de Dana Hart
“Eran años de acción directa”. Dos mujeres fueron valientemente protagonistas; una de ellas en particular, la más joven, fue olvidada, ¿por qué? Ahora vuelve a caminar las calles de Inglaterra, y está aquí entre nosotros.
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“La vida de las Pankhurst ha sido apasionada y larga”. Pero, como cree Borges [“cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es”], “el momento más importante, el fundamental, aquel que determina la vida y esencia de las personas, en el caso de las Pankhurst, se dio en el año 1912”.
Las Pankhurst, aquí, en este fragmento de sus vidas, dos son las protagonistas, Sylvia y su madre, Emmeline.
Dos mujeres, madre e hija, que atravesaron juntas los vientos y huracanes de la historia, ese convulsivo inicio del s. XX, atravesándolos por su centro, y que más tarde las separaría, porque “tan solo dos años más tarde, con el estallido de la Primera Guerra Mundial, Sylvia y Emmeline se separaron, producto de las discrepancias frente al qué hacer … Pero en 1912, todavía, funcionaban como un clan secreto, una familia hecha para la lucha frontal”.
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Eran tiempos del “Manchester, que aún era un centro industrial más memorable … [con las] huellas indelebles de una revolución industrial, todavía en curso. Siempre en curso. Con la propiedad de no poder detenerse, igual que un tren a toda marcha”.
Ellas, audaces, querían ser sus maquinistas.
Nosotros, con ellas, podemos volver a recorrer aquellos años, aquellas calles.
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En su casa, convenientemente resguardado, estaba el centro de planificación de sus acciones. “En la pared del comedor, las Pankhurst habían hecho una división de ladrillo, barnizándola para que pareciera lo más original posible, con una pequeña abertura en el costado inferior izquierdo, en la que apenas podía caber una persona. Para tapar la abertura, un espejo desde el techo hasta el suelo, muy al estilo victoriano, que se movía con bastante dificultad, cortándoles heridas en los dedos. Tras la pared, habían colocado una mesa, con sillas, en la que se reunían a conspirar, planear, dibujar ideas en la pared y afilar acciones de protesta. Emmeline había aprendido a hacer esto, cuando tenía apenas catorce años, de la mano de su padre y su madre, que también eran activistas del sufragio femenino. Sobre la mesa, se encontraba, en todo momento extendido, un mapa de Gran Bretaña, lleno de marcas. Y en las paredes, fotografías, descripciones hechas a lápiz en un papel y colocadas estratégicamente junto a recortes de periódicos”.
A la lucha por el sufragio, añadían, ángeles de venganza, el castigo por aquellas iniquidades que muchas, muchas décadas más tarde, en estos aciagos días, salen a la luz. ¿Adelantadas? ¿O se alzan hoy entre nosotros, caminamos nosotros con ellas aquellos años ingleses, o están ellas hoy entre nosotros caminando este nuevo milenio?
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[Es que este texto se está escribiendo, cada día un nuevo capítulo. Y resulta, esos milagros de las artes, en otros encuentros: camina desde estas páginas en este rincón del mundo, y, coincidentemente canta en otros rincones:
https://zoonation.co.uk/productions/sylvia/%5D.
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Aquella sala secreta y “en el mapa sobre la mesa, había puntos marcados con una cruz … Cada cruz en el mapa, representa a una Iglesia en la realidad, una abadía o una catedral, o cualquier punto de aglomeración religiosa. Y junto a cada cruz, hay anotado, en una letra tan diminuta que parece invisible, un número de uno, dos o tres dígitos. Los mismos números, se anotan en la pared, junto a una imagen y recortes de periódicos”.
¿Qué dice esas anotaciones?
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Dicen esos horrores tanto tiempo ocultos.
Y dicen algo más. Dicen una determinación, de estas dos mujeres decididas.
Empiezan en Aberdeen, en la iglesia de St. Machar. Es que hay algo que saben, de esas cosas que se saben en silencio. Hasta que alguien alza la voz. “Sylvia y Emmeline saben esto, porque alguien, una mujer, limpió los restos de sangre escondida en algún rincón de la Iglesia de St. Machar y pudo ver, con sus propios ojos, al padre John salir de la habitación, sosteniendo, con su pálido rostro, buscando un lugar, donde esconder sus delitos”.
Alguien habla, alguien actúa.
¿Pero cómo, qué harán, realmente fueron capaces de hacer tal cosa, ellas, dos mujeres, dos emblemas de las reivindicaciones de la mujer, dos que podían verse en las calles encabezando grandes desfiles de mujeres, firmando con sus nombres tantos textos que hoy merecen ser vueltos a leer, dos que después han ido difuminándose, hasta ahora, en el tiempo?
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Se cuestionan lo que han comenzado a hacer, discuten entre ellas, es inevitable. “Sylvia sonreía, sin quererlo, inconscientemente. Tenía esa mirada burlona, que hacía dudar cuando hablaba en serio y cuándo estaba siendo sarcástica o irónica. Al mismo tiempo sus ojos buenos, armonizaban con una cara expresiva, de labios siempre parlantes. Usaba el pelo atado hacia atrás, pero siempre se le desprendían cabellos, rebeldes. Llevaba un chaleco con dos botones en las mangas y una camisa blanca de cuello ancho. Sonreía a menudo. Y cuando se reía sus dos cejas se arqueaban y la punta de la nariz le brillaba. Tenía los ojos claros, tan claros como un horizonte con derechos”.
Y siguieron.
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Toda la isla era su campo de acción.
Es que hay otros protagonistas, en las sombras: aquellos que sufrían sus castigos, que, por ejemplo, en sus diarios secretos, con impunidad, registraban sus actos que ocultaban públicamente. Pero que se conocían, que estaban, dolorosos, en susurros entre sus víctimas. Hasta que alguien alzara la voz por ellos, y buscaran, ellas, otra redención, aquí, en la tierra, ahora, no mañana, ya no más para mañana.
Toda la isla entonces: Dundee, Edimburgo, Newcastle, Sunderland, Hull…
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Aunque, al principio, “nadie sospechó. Nadie se preguntó nada. O nadie quiso preguntarse ni sospechar nada”, no podía pasar desapercibido. Un peligro se cernía. Pero, aunque entre dudas, debían seguir.
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Cuántos autores recuerdan ellas entre sus conversaciones, Balzac, Freud, George Eliot, Mary Wollstonecraft, con quienes a través de los tiempos dialogan y discuten. “Todo el mundo dice que una voluntad decidida arrolla todos los obstáculos: ¿pero puede la mía vencer mi repugnancia? La obra realizada por los grandes hombres ha sido tan fácil, porque por grande que fuera el peligro que hubieran de acometer, les parecía hermoso, ¿pero quién es capaz de comprender la fealdad espantosa de lo que me rodea?, recita Emmeline, y Sylvia: “¡Stendhal! Ahora no necesitamos comprender esa fealdad espantosa madre, ahora lo que necesitamos es deshacernos de ella”.
Un peligro se cernía, un descuido lo acercó, “las Pankhurst se dispusieron a salir del lugar, con tanta prisa, que sin que pudiera notarlo, una proclama sufragista cayó de entre los pliegues del vestido de Emmeline”. Un peligro, una persecución que inicia el inspector Beck. “¡No me digan que nuestra historia es una estúpida novela policial!, gritó Sylvia”. Pero no, no lo es, que lo sepa desde ya el inspector Beck. “¡Nuestra historia, es una novela anti-policial!”, la tranquiliza Emmeline. Aunque habrá que ver todavía qué piensa el inspector Beck.
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Otros, en tanto, se acercaban a las Pankhurst, sólo un momento. Sir David Shackleton, “Tom Dack, con su distinguido bigote y corbatín; Harriot Stanton Blatch, hija de la sufragista Elisabeth Stanton; Piotr Kropotkin, anarquista y Annie Besant, luchadora por los derechos de la mujer, totalmente vestida de blanco”. Antes, Louise Michel, William Morris y Malatesta.
Solo un momento. Cada cual perseguía sus propios objetivos. Aunque las Pankhurst se entreveraban en cada entuerto: el voto de la mujer, las huelgas obreras, el movimiento socialista “más tarde, sería parte de Congresos junto a Lenin y Alejandra Kollontai. Había conocido a Eleonor Marx, de la mano de su padre”.
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Aquí están, siguen recorriendo, cada día [podemos ver el registro de sus acciones, de sus esperanzas, de sus desvelos, aquí: Libros – Dana Hart (danahartescritora.com)] las calles de toda Inglaterra, buscando redimir de los horrores de ayer, de los horrores de hoy, diciéndose que “libertad es vivir sin dolores”.
Crear ese mundo fue el fin que dos mujeres en 1912 persiguieron sin descanso, y al que ahora, por medio de las palabras podemos asomarnos, porque como nos dice la Sylvia Pankhurst de esta historia, “¿y si somos historias escritas por alguien? Cuya narración se llevó muy lejos. ¿Y si solo somos letras? Que se traspasaron de generación en generación”. Aqui estan, entre nosotros, con desazón, con ilusión, con esperanza, con una promesa que se renueva una y otra vez al leerla en estas páginas, que siguen escribiéndose, llamándonos a leerlas, a conocerlas, a no olvidarlas.