Fahrenheit 451, de Ray Bradbury

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Fahrenheit 451, de Ray Bradbury

En “una era de oscuridad”, en los uniformes de los bomberos se leía el número 451, “la temperatura a la que el papel de los libros se inflama y arde”.

Y es que esa era su misión. En una de sus misiones, el capitán Beatty, exclamaba, “allá vamos, para que el mundo siga siendo feliz”. Y para el bombero Guy Montag “constituía un placer especial ver las cosas consumidas, ver los objetos ennegrecidos y cambiados”. En particular, “destruir los guiñapos y ruinas de la Historia”. En especial, los libros.

Hasta que entró en crisis. Con una simple pregunta, de una joven de casi diecisiete años, Clarisse McClellan: ¿eres feliz? Y una invitación, a mojarse con la lluvia, oler las hojas, recoger nueces. Por contraste con la frialdad de sus casas, de su mujer, una desconocida, del permanente bombardeo de la televisión. Para no pensar. Para no hacerse preguntas.

Un mundo en el que viven y que no se puede decir sea obra de un gobierno. Tal vez, algo mucho peor, no identificable, algo que se fue desplegando, como silenciosamente: el mercado, la tecnología, ofreciendo una felicidad supuesta que hizo que todos fueran aceptando las cosas como son, casi sin imposiciones, excepto las esporádicas intervenciones de los bomberos, más para recordar la amenaza de un castigo que por el castigo mismo.

Pero algo más que esas tecnologías, esa frialdad, esas relaciones intermediadas por las pantallas de la televisión. Algo peor, más intangible. Este mundo de ahora, como en los “museos … ¿Has entrado en ellos? Todo es abstracto. Es lo único que hay ahora. Mi tío, le cuenta Clarisse, dice que antes era distinto. Mucho tiempo atrás, los cuadros, algunas veces, decían algo o incluso representaban personas”.

Y la importancia, la amenaza de los libros está en eso, no en los libros en sí mismos. “No hay nada mágico en ellos. La magia sólo está en lo que dicen los libros, en cómo unían los diversos puntos del Universo hasta formar un conjunto para nosotros”. Por eso, “los libros son un arma cargada en la casa de al lado”. Y la consigna era quemarlos.

Montag entró en crisis. Dejó su trabajo. Dejó la ciudad. Se unió a aquellas personas que memorizaban los libros para preservarlos. Hasta que pase esta era oscura.

Pero no se trata, al menos no en sí mismo, de la televisión, de la tecnología, del mercado, de los bomberos de esta era oscura. Es esta abstracción que imperceptible define a las personas. Y se trata, también, de esa salvación en los libros. “Lo que usted busca, Montag, está en el mundo, pero el único medio para que una persona corriente vea el noventa y nueve por ciento de ello está en un libro”.

(Minotauro. Traducción de Francisco Porrúa)

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