
“Emocionadamente he estado en varias ocasiones en la tumba de Van Gogh, aquel desdichado que nunca pudo vender un cuadro, y de quien ahora se disputan sus obras en millones de dólares, para ser exhibidas en un supermercado. Pobre Vincent; habitado por Dios y por el Demonio, humilde y bondadoso, que iba a predicar el Evangelio a los mineros y que a la vez violentamente atacaba a Gauguin; que recogía a pobres prostitutas de la calle, como aquella con un chiquito, para ser su modelo, y terminaba llevándola a vivir con él, probablemente, porque la comprendía, ya que los dos sufrían el mismo desamparo. Como señala Artaud, otro poseído a quien siempre admiré, Van Gogh murió suicidado por una sociedad que no podía seguir soportando sus terribles revelaciones. Cómo dudar de que Artaud estaba hablando también de sí mismo; en una carta a su médico, luego de terribles electroshocks, declaró sentirse ‘tratado como un alienado y maltratado a raíz de un gesto, de una actitud, de una manera de hablar y pensar que fueron en la vida las de un hombre de teatro, del poeta y del escritor que yo era’…
La raza de artistas a las que siempre he admirado es aquella a la que pertenecen estos hombres.
Quienes han unido a su actitud combatiente una grave preocupación espiritual; y en la búsqueda desesperada del sentido, han creado obras cuya desnudez y desgarro es lo que siempre imaginé como única expresión para la verdad”.
Conmovedor y excelente. De manera tangencial Sabato habla de la compasión
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