
Píldoras de la crítica. Artaud, perseguidor y perseguido. Anaïs Nin
(Apenas un breve extracto para pensar, sin hacer crítica de la crítica, ni hacerse parte de entreveros, ni tener que recorrer estos caminos)
“En casa de los Allendy: Artaud, el rostro de mis alucinaciones. Ojos enloquecidos. Rostro afilado, con rasgos cincelados por el dolor. Soñador, diabólico e inocente, frágil, nervioso y potente. Tan pronto como se cruzan nuestras miradas, me sumerjo en mi mundo imaginario. Es, verdaderamente, perseguidor y perseguido. Tengo miedo de conocerlo, porque días antes había leído unos escritos suyos y me parecieron extraordinariamente parecidos a los míos. Henry dijo que aquellas páginas podía haberlas escrito yo. Sabía que iba a conocer a mi hermano en imágenes y estilos. Pero no esperaba aquel rostro. ‘Je suis le plus malade de tous les surréalistes’. Nos lee el esbozo de su obra teatral. Es un decadente tembloroso, roto, otro ‘decadente lujurioso’. Opio, quizás. Cómo trascienden sus ojos lo que miran. La cara encendida, la malicia, la pasión, la violencia. Estaba hipnotizada, temerosa de hablarle. Pero fue amable y él también estaba hechizado. Dijo: ‘Parece usted una sacerdotisa de los incas’. Sus ojos seguían todos mis gestos. Tan absorta estaba que me olvidé de los demás. Nuestras miradas convergían constantemente.
…
Escribo a Artaud: En las pocas líneas que he leído antes, he adivinado el tono, y ahora en L’Art et la mort he descubierto la expansión y plenitud de tu escritura. Nunca había leído nada tan farádico, tan fluido, tan penetrante. Tengo la impresión de que has vivido todas las experiencias de la ficción, que has visitado las regiones cuya existencia sólo podíamos sospechar, como los planetas invisibles a nuestros ojos. Tengo una impresión casi dolorosa de la exhaustividad de tu expresión, como afirmaciones definitivas, como visión absoluta. Soy incapaz de decir tan sólo «me gusta tu libro», porque la multiplicidad de intención y percepción en cada una de tus palabras produce vértigo (que es lo que buscas); también miedo, como el que se tiene de los mitos. Una ve demasiado. Una visión implacable y casi intolerablemente aguda… De momento, no puedo hacer más que esto: abdicar como escritora y volver a tus propias frases, recordarte que lo que has escrito de las drogas puede decirse igual del efecto de tu obra, describe su efecto. Cuando salga de este deslumbramiento quizá diga algo más”.
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¡La noche! ¡Qué noche! Aula de la Sorbonne. Artaud y Allendy en el podio. Allendy críptico, directo, objetivo. Artaud, poeta esencial: tenso, contraído, dramático. El público medio en contra, medio divertido, no entiende.
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Los ojos de Artaud. Antes de bajar los párpados, sube las pupilas y veo sólo el blanco de los ojos. Los párpados caen sobre la blancura, un lento gesto de carne, y una se pregunta dónde están sus ojos. Él, el hombre que ha inventado dimensiones nuevas para los sentimientos, los pensamientos y el lenguaje.
Ojos azules de languidez, oscurecidos por el dolor y el arrebato. Amables anoche y, al final, vivaces mientras caminábamos. Un manojo de nervios, enredados.
(Diarios. Anaïs Nin)
Interesantísimo. Leí hace años los diarios de Anaïs Nin. Me ha gustado recordar. Buen día.
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