
Diálogos. Las hermanas de Shakespeare. Liliana Heker
(No es novela ni cuento, a quienes aquí acogemos. Pero escrita por un novelista, no es solo crítica o análisis. Es un diálogo entre escritores. Y creación de un espacio literario. Por eso también lo acogemos).
La literatura y el poder, que “es por su propia naturaleza un exceso y es inmoral y que se impone contra los hombres”, puede parecer algo ya antiguo, con textos escritos entre 1971 y 1997. O no. Parece entonces, acaso hoy, atravesar todo.
El poder, editorial, del mercado, en este caso, busca vender, y el escritor “lo acepta con melancolía” y busca vender con el riesgo así de “venderse”. Pero, “el mejor destino, o el más natural, para una obra literaria, no es que sea consumida por un montón de gente en pocos días sino que se abra paso, poco a poco, que vaya trazando una huella, que llegue, año tras año, a más lectores, que un día forme parte de una totalidad más vasta, la literatura, y que perdure”.
Afecta también al lector, que deviene “un cazador solitario que ha debido abrirse paso por su cuenta en un terreno desabrido y engañoso, en el que se suele promocionar un libro por lo que no es, consagrar acríticamente lo ya consagrado e ignorar sin piedad lo desconocido”.
La literatura, el poder, y el escritor. Puede, o no, participar de la política, décadas atrás, de la revolución. Pero una cosa será la escritura, y otra su militancia. Con o sin ella, “un escritor elige escribir porque no puede (o no sabe) hacer otra cosa”. Y su responsabilidad es escribir, “crear algo que le hable de los hombres a otros hombres, algo que merezca la pena de ser comunicado, y encontrar la manera de hacerlo”. Es que “un libro concreto puede o no servir a un lector concreto. Pero de qué modo le servirá, cómo lo ayudará a no ser un sinvergüenza, o a cambiar el curso de la historia, o simplemente a vivir, eso es un poco difícil de prever”.
¿Y cómo escribir ese libro? El oficio de escribir puede nacer de un hecho circunstancial, como poner en orden su biblioteca. Y de allí, seguirá “la tarea previa a la escritura, e imperceptible desde afuera, que me apasiona. La de ir transformando lo que hasta ese momento había sido casi una abstracción en una historia concreta”. Y después, “me senté ante la máquina y escribí la primera frase … Tal vez algunos llamen sólo a esta última etapa ‘el acto de escribir’, pero yo sé que empecé la escritura de ‘Cuando todo brille’, en el momento de pavor que me sucedió cuando ordenaba la biblioteca”.
Es que “todo escritor, por caminos complejos y diversos, aprende a ser dueño de sus palabras, descubre las posibilidades del lenguaje y las trampas de la sintaxis”.
No solo puede nacer de un hecho circunstancial. Es parte de la memoria personal del escritor, no una memoria de registro de hechos, sino “vinculada con la intensidad con que se han vivido ciertos acontecimientos, con un trabajo conciente por otorgarles un sentido”, y de su experiencia, y de la experiencia de su tiempo
Pero no todo es esto. “El problema es: de qué manera consigo que aquello nebulosamente significativo o intenso en mi interior, lo sea también a la luz de las palabras. Ahí está el real problema literario”. Dicho de otro modo: “El real problema literario es siempre el mismo: conseguir que, desde puntos de vista singulares, estos conflictos [propios de cada escritor, de cada persona] se vuelvan universales”.
¿Y la “manera de comunicarlo”? También depende de, digámoslo así, una disposición del escritor. “¿Qué es el estilo de un escritor, a fin de cuentas, qué es el estilo de cualquier artista, sino un choque con su último límite?”, es decir, con sus propios límites personales, de clase, de género, y tantos otros.
Acaso de eso se trate escribir, atreverse a chocar con uno mismo.