Viento en contra, de Dana Hart

A partir de

Viento en contra, de Dana Hart

[El mundo no puede].

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Pero nos encontramos por allí a Esperanza Valdebenito llegada de una extraña manera, casi una manera surrealista -ya veremos- a esa extraña tierra de la Libertad.

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Había salido ella aquel día a caminar, una decisión, una casualidad, un impulso desconocido, persiguiendo algo. ¿Qué era? En su camino encontraba en ocasiones a Leopold Bloom. Leopoldo Bloom, esa libertad de un día.

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Pero ni ese día parecía ser para ella. Lo perdía. A Leopold Bloom que aparecía y desaparecía. Tal vez no era para ella aquel hombre. Tal vez no era la libertad de un día lo que ella buscaba; y estaba bien entonces que apareciera y desapareciera de su camino.

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[Pero, ¿quién era ella?].

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Tal vez no fuera esto. Tal vez era otra aparición intermitente, ese innombrable que la aplastaba, también de aparición ocasional que como una fuerza parecía querer enterrarla bajo tierra, sacarla de esas calles que recorría.

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[Y ¿quién era ese innombrable que invariante se le aparecía también en su camino].

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Entre ella y el innombrable, entre las apariciones fugaces de Leopold Bloom, saberse «portera del edificio de la civilización». ¿Castigo o bendición? ¿Qué resguarda, si algo resguarda?

Un desgarro. Porque ella sale, y no encuentra; y el innombrable retiene insistente, sin lograr retenerle; y está allí esa portera que sabe que «habrá que mecer las nubes», mientras piensa que habrá que «cantarle al ruiseñor de las derrotas», porque “necesidad y contradicción” son una misma cosa.

Entonces, ¿es posible desasirse de esa tenaza con sus dos pinzas, necesidad y contradicción? Si es posible, la portera de este otro portal, lo que resguarda es esa posibilidad.

Posibilidad. El reino de otros mundos [esto nos enseñó Víctor Hugo].

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Y esos otros mundos, pueden alcanzarse de las maneras más inesperadas, casi surrealistas.

Esperanza Valdebenito recibe una caja. Es un día como cualquier otro. Es una encomienda que llega. “El timbre sonó, pero no se escuchaba a nadie tras la puerta. La sombra de los pasos, parecía un cubo quieto, petrificado. Abrió con desconfianza y vio una caja, embalada, con los logos del Correo y su nombre escrito en un papel blanco. Intentó entrarla a la casa, pero estaba extremadamente pesada, así que con mucho esfuerzo tuvo que arrastrarla”.

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[Y entonces, aquella ella, aquellos indeseados encuentros con aquel innombrable, aquellos confusos encuentros con Leopold Bloom desaparecen. Y aparece Esperanza Valdebenito].

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¿Qué era? ¿Qué puede haber, qué puede salir, qué puede uno encontrar en lo inesperado- cotidiano?

“Una vez que la tuvo adentro, buscó tijeras para abrirla, cortando la cinta transparente que la rodeaba de palmo a palmo. Miró hacia adentro y pudo ver un cielo muy celeste. No dudó en meterse en ella. Primero con una pierna, luego con la siguiente, hasta que el tronco estuvo totalmente metido adentro, y con las dos manos, pudo volver a cerrarla”.

Si adentro de una caja puede haber un cielo muy celeste, si puede meterse el sol dentro de una caja, destinada para una, para uno, puede haber un mundo entero.

Y solamente podemos entrar a un mundo nuevo, con un poco de raro atrevimiento. Aceptar eso desconocido que nos puede llegar un día como otro cualquiera, en una caja de encomienda como otra cualquiera. Pero solo si la recibe alguien con ese atrevimiento, que no es como el de cualquiera.

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[Y es entonces cuando el mundo, ahora sí, puede. Y nacen otros mundos].

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