
A partir de
Eco y Narciso, de Pedro Calderón de la Barca (el Narciso de Calderón de la Barca)
El escenario es el más soñado: Arcadia.
Y en Arcadia, ella, la más bella, Eco.
“Eco, en él, zagala la más bella
que vio la luz de la mayor estrella”
Pero en Arcadia, el sufrimiento, el de ella, el de Eco.
“Pésames viene a daros mi tristeza,
de que la rara y singular belleza
de Eco, desengañada de que ha sido
inmortal, un círculo ha cumplido
de sus años, que aunque de dichas llenos,
cada año más es una gracia menos”
Allí, Eco, la bella Eco, celebra su cumpleaños. Su dulce voz atrae a Narciso, a quien Liríope su madre intenta detener. Y él, decidido, se deja arrastrar por la dulzura de aquella voz. Y por algo más: por su libertad, ya debida (aún nada conoce del mundo). Por buscar saber “quién soy” (aún nada sabe de sí).
Pero Liríope, aunque lo autoriza a salir al mundo, insiste y advierte:
“Que tú solo no más
podrás guardarte a ti mismo”.
Y sale al mundo advertido de los peligros por su madre. Los dos mayores, la dulce voz que llama y la hermosura. Encuentra a Eco. Y huye de ella, de su belleza, de su voz.
“Como habiendo sido
una voz y una hermosura
mis dos mayores peligros,
y concurriendo en ti entrambos,
el huir de ti es preciso;
que es un encanto tu voz
y tu hermosura un hechizo”
Y siente con ello Eco el dolor del amor.
“Desde el instante que vi
la hermosura de Narciso,
vivo pensando que muero,
muero pensando que vivo”
Lo quiere, y quiere todo lo suyo, su voz, su belleza, sus bienes, sus sentimientos, a él darle, y si no los tomara:
“Y si estos rendimientos
no pueden obligarte,
triste, confusa, ciega,
muda, absorta, cobarde,
infelice, afligida,
me verás entregarme
tanto a mis sentimientos,
que en quejas lamentables
el aire, confundido
de mis voces, se alabe
porque Eco enamorada
se ha convertido en aire”
En ese mundo contra el que le advirtió la madre, Silvio y Febo, enamorados de Eco, quieren a Narciso dar muerte. Por celos uno, por no aceptar que Narciso rechace a Eco a quien desconsolada ve.
Pero, ¡oh, las cosas de este mundo!, no es a Silvio, ni a Febo, a quien Liríope adjudica los peligros que envuelven a su hijo:
“Cielos, pues ya me vais dando
indicios tan evidentes,
en la hermosura de Eco
del peligro que previenen
vuestros astros a Narciso”
Narciso, temeroso, en defensa propia, decide apartarse de ese mundo tan cruel, apartando el amor que siente por Eco, apartando a Eco del amor que siente por él.
“A caza al monte
voy, Bato, que quiero ver
si con la ausencia mejor
venzo esta pasión cruel,
porque a Eco en toda mi vida
tengo de escuchar ni ver;
que está en ella mi peligro”
Y Liríope, si madre, se asegura por más bien que
“Muera de Eco la voz, pues
la voz de Eco es la que pudo
tanto a Narciso mover”
Sufre Eco estas circunstancias, que, por los temores de la madre, por los celos de los amigos, sólo puede padecer.
“¿Esto es querer?
…
Si espanta su mal quien canta,
¿cómo yo espanto mi bien?”
Y ya alejado Narciso, ya alejado, ya viendo la fuente de agua pura, se acerca, clama a las ninfas de la fuente, a quienes allí ve. A ellas, a las ninfas, no a la imagen de él.
“Desde el punto que te vi,
¡oh beldad!, morirme siento;
solo viene bien aquí
aqueste encarecimiento
de «quiérote como a mí»,
puesto que a mí no me quiero
más que a ti, pues por ti muero”
Eco se acerca, celosa oyéndole hablar con la ninfa. Su voz, su canto, ahora solo pueden repetir la última palabra que otro pronuncie, ya no tiene su voz propia, condenada. Condenado Narciso también, su madre lo desengaña, que se acerque a la fuente, que ninfa no hay allí, que es su sombra, pobre desgraciado.
“La que juzgas deidad es
sombra tuya. Considera
si ha sido tu amor locura,
pues a sí mismo se amó”
Advertido, decepcionado, su propia muerte buscará Narciso.
Es el Narciso de T. S. Eliot, es la fatídica pretensión de ser algo más que solo un hombre. Es el Narciso de Salvador Dalí no la plenitud de un amor por uno mismo, si no la insuficiencia del amor por el amado, por la amada, por todo, a través de los tiempos, tan infinito que nuestros pequeños amores se hacen poco o nada. Es el Narciso de José Lezama Lima el amor egoísta de sí -un amor solitario de sí, un amor de muerte-, que -como probablemente ni rechazamos ni condenamos-, lo contrasta con el incondicional amor por el otro de Dánae. Es el Narciso de Calderón de la Barca, no el del egoísta amor de sí; es, por el contrario, la condena del amor de sí por obligación, por huir del cruel mundo que le impide amar a Eco, su amor.