Juntos y separados, de Virginia Woolf

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Juntos y separados, de Virginia Woolf

(Hablan “de pie junto a la ventana de Mrs. Dalloway, y sus vidas, a la luz de la luna, resultaban tan breves como la de un insecto y no más importantes”).

Miss Anning, hablando con Mr. Serle, “había dado con el hombre verdadero sobre el cual se había construido el falso”: tenía, Mr. Serle, allí hablando los dos, “la impresión de que todo podía comenzar de nuevo -¡a los cincuenta años! Mrs. Anning había tocado ese resorte”.

(“Bajo el influjo de la luna (para Mrs. Anning la luna simbolizaba al hombre; ahora podía verla por la rendija de la cortina, y de vez en cuando le echaba una ojeada) era capaz de decir cualquier cosa, y ahora se dispuso a exhumar al hombre verdadero sepultado bajo el falso”).

Pero, ¿era aquella impresión que reconoció Mr. Serle lo verdadero que había en él?

(“Música, eso era la luna”).

En realidad, disputaban. Sobre Canterbury. El lugar de inspiración para él, que se comparaba con Wordsworth y que creía que, para ella, apenas había sido un sitio que visitó.

Fue entonces que “sus ojos se encontraron, casi chocaron, por cuanto cada uno de los dos tuvo conciencia de que, detrás de sus ojos, el yo oculto que permanece en la oscuridad mientras su ágil compañero de la superficie hace sus piruetas y los gestos para que la representación prosiga se alzaba bruscamente, se despojaba de su manto y se enfrentaba con el otro”.

Es que no. Hablando no se tocan esos resortes en esas representaciones que hacemos constantemente cuando nos encontramos con los otros.

Fue un instante, que se desvaneció para volver a “ocultar eso que tan desolador y degradante era para la naturaleza humana, eso mismo que todos se esforzaban por ocultar a la vista, sepultándolo”: los sentimientos.

Para eso, hay que saber ver detrás de nuestros ojos.

(Austral Cuentos. De la traducción Juan Bravo Castillo)

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