
“aplasta tanta grandeza. Se trata de sentir, en lugar de razonar. Nada de esta obra maestra recuerda precedente alguno, ni ideas recibidas, ni lejanas tradiciones; en nada se parece a lo antiguo y clásico, ni por la concepción, el estilo o la forma. Es un ensueño extraño y colosal expresado en mármol durante una noche de insomnio y de terror; es una vigorosa inspiración bíblica, tal como Dante únicamente hubiera podido describirla. Todo es formidable y natural en esta personificación sublime que excede en cien codos a los héroes de las edades fabulosas … esa aparición sobrehumana… Aparece allí el semidiós con toda su olímpica majestad. Uno de sus brazos se apoya en las tablas de la Ley, mientras el otro lo tiende hacia adelante con esa soberbia negligente de quien solo precisa fruncir sus cejas para ser obedecido por la multitud. Una barba espesa y secular, cual torrente que se desborda, cubre su vasto pecho. El carácter agreste y primitivo de ese gran pastor de pueblos aparece impreso en cada músculo de su cuerpo, en cada pliegue de su ropaje. El doble rayo que dejó la visión de Jehová en la frente del profeta como marca indeleble semeja de manera sorprendente al doble cuerno acerado que acaba de perforar la cabeza de un macho cabrío. Tal conjunto de energía salvaje y de fuerza animal da un no sé qué de extraño y de sublime al rostro del coloso; pues en verdad, hombre o monstruo, símbolo o realidad, este es un ser pensante”.
Visto in-sítu impresiona.
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Omo escribe Dumas: aplasta tanta grandeza» y también conmociona
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