
En respuesta a una carta de Bettina von Arnim del 28 de mayo de 1810, en la que emocionada y admirada le cuenta que Beethoven le dijo: “Habladle de mí a Goethe decidle que escuche mis sinfonías y coincidirá conmigo en que la música es la única entrada intangible al mundo superior del conocimiento que entiende a la humanidad pero que la humanidad no es capaz de entender, Goethe le responde:
“… ante las palabras pronunciadas por un genio así, el hombre de a pie debe postrarse reverencialmente, sin cuidado de si habla desde el corazón o desde la razón, ya que aquí los dioses están afanados esparciendo semillas para su futuro discernimiento, y sólo debemos desear que puedan desarrollarse sin problemas”.
Goethe a su mujer Teplitz, 19 de julio, 1812
“[…] Jamás he visto a un artista más concentrado, más enérgico y más intimista [inniger]. Me hago cargo perfectamente de lo mucho que debe de costarle relacionarse con el mundo”.
Goethe a su amigo Zelter, masón, músico y profesor de Mendelssohn Karlsbad, 2 de septiembre, 1812
“He conocido a Beethoven en Teplitz. Su talento me ha maravillado. No obstante, por desgracia tiene una personalidad completamente salvaje, a la que no le falta en absoluto razón viendo el mundo como algo detestable, pero no lo hace con ello más agradable ni para él ni para los demás. Por otra parte, sin duda hay que perdonárselo y hay que compadecerle, ya que está perdiendo el oído, lo cual quizá perjudica menos su faceta musical que la social. Lacónico por naturaleza, esta lacra le vuelve así por partida doble”.
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Probablemente Goethe se resignó a la admiración, sin admirarlo; sin admirar esta revolución de la música que fue Beethoven, que sigue siéndolo.
Escuchemos su Novena Sinfonía: