Final del juego, de Julio Cortázar

A partir de

Final del juego, de Julio Cortázar

De los cuentos aquí reunidos elijo “La noche boca arriba”. Cuando tomó la avenida con su moto, no sabría lo que sobrevendría. Después del accidente, unos transeúntes; después, la farmacia; después el policía; después el hospital, las enfermeras haciendo unos chistes, el médico, la radiografía, la camilla.

Después, el sueño. Perseguido por los olmecas, los más raro, porque en sus sueños nunca percibía los olores, ese extraño olor. “Huele a guerra”, mientras tocaba el puñal de piedra atravesado en su ceñidor de lana tejida. Y el miedo. Eso no era extraño, en los sueños siempre hay miedos. El caldo de oro que llevaron a los enfermos. Sus pies pisando barro y hojas. “Él estaba dentro del tiempo sagrado”. No del lado de los cazadores. Le aconsejan tomar agua, y la penumbra era deliciosa al lado de “la noche de donde volvía” intermitentemente. “Quiso enderezarse y sintió las sogas en las muñecas y en los tobillos … Lo habían estaqueado … Estaba en las mazmorras del templo”.

Se desesperó cuando percibió que le habían arrancado su amuleto. Lo desatan, “sen sintió alzado, siempre boca arriba”. Lo llevan arriba, donde verá las estrellas. “Él no quería, pero cómo impedirlo si le habían arrancado el amuleto”. Grita, “la vigilia lo protegía”, era a su alrededor la noche del hospital. Pero “una luna menguante le cayó en la cara”, lo llevaban arriba, donde vería las estrellas, donde le esperaban para el sacrificio. “Olía la muerte”.

Quiso volver a dormir. “El sueño maravilloso había sido el otro, un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa”.

Hay una vida, una sola, que es real y es cruenta, es irreal y es maravillosa, entre una y otra podemos movernos, si no perdemos nuestro amuleto. Cada cual sabe cuál es.

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