Píldoras de la crítica. La IA: alcances y límites en el arte. Sigman y Bilinkis

Píldoras de la crítica. La IA: alcances y límites en el arte. Sigman y Bilinkis

(Apenas un breve extracto para pensar, sin hacer crítica de la crítica, ni hacerse parte de entreveros, ni tener que recorrer estos caminos)

“La historia del arte está repleta de talleres en los que los maestros han delegado en sus aprendices la ejecución física de sus ideas artísticas. Esta práctica permitió que los artistas se centraran en la concepción mientras confiaban en otros la ejecución de la labor técnica y material.

Desde la antigua Grecia hasta el Renacimiento italiano, artistas destacados como Leonardo da Vinci y Miguel Ángel emplearon ayudantes para producir sus obras maestras. Los aprendices no solo proporcionaron mano de obra, sino que también desempeñaron un papel crucial en la transmisión de habilidades y conocimientos técnicos de una generación a otra.

Esta práctica es de lo más común en el arte contemporáneo. La delegación permite a los artistas explorar nuevas ideas y conceptos sin tener que preocuparse por los aspectos técnicos y prácticos de la producción. Este enfoque colaborativo entre creadores y ejecutores ha sido una estrategia efectiva para mantener viva la tradición artística a lo largo de los siglos. Pero, cada tanto, naturalmente, aparece un conflicto. Y este nos sirve para entender el vínculo entre la IA y el proceso creativo.

El artista italiano Maurizio Cattelan se hizo famoso por sus obras controvertidas: un plátano pegado a una pared, inodoros de oro, patatas aplastadas y una escultura de Hitler rezando que se vendió por más de quince millones de dólares. Cada obra de Cattelan es una idea que interpela no tanto por el objeto, sino por lo que significa o por el contexto en el que se expresa. Cattelan era una máquina de generar ideas de este estilo y encargaba la realización manual de sus esculturas al francés Daniel Druet, por lo que le pagaba un precio que habían acordado. Luego firmaba la obra y la vendía a un precio mucho mayor. Druet sostenía que esto era una estafa, ya que él había esculpido las obras con sus propias manos. Cattelan, en cambio, afirmaba que la idea era suya y que Druet solo había seguido un encargo. En el corazón de la batalla judicial estaba la cuestión de cuán precisas habían sido las instrucciones para realizar las esculturas. Druet decía que él había resuelto casi todo. Cattelan argumentaba lo contrario. El galerista de Cattelan declaró en Le Monde ‘si Druet gana, todos los artistas serán denunciados y será el fin del arte conceptual’. Tal vez atendiendo esta advertencia, el tribunal francés falló en contra de Druet y decidió que la obra era de quien había tenido la idea y la había expresado en palabras, no de quien la había ejecutado.

Vemos la enorme similitud entre este caso y la composición con GPT. Lo que Cattelan le dio a Druet fue un prompt. Ni más ni menos. Lo que le devolvió Druet fue la ejecución del prompt. El argumento del dictamen fue que las instrucciones de Cattelan eran concretas y no vagas e imprecisas como argumentaba Druet. La esencia de la obra estaba en un prompt bien definido.

Así, replanteamos la pregunta compleja de quién hace el arte, si el que lo conceptualiza o el que lo ejecuta, por otra más simple: ¿cuán precisa y específica es la conceptualización y cuánto sin ella no hubiese podido existir esa obra? …

Los límites de la autoría hoy son borrosos …

La tecnología ha ayudado históricamente a reducir el tiempo de ejecución en el proceso creativo para llegar a lugares que antes eran inalcanzables. Pero esto también presenta un riesgo que se exacerba con la IA. Aprovechar esa disminución no para mejorar la calidad, sino para aumentar la cantidad. Para ver cómo puede funcionar esto no hay que esperar ni especular; ya está sucediendo en nuestros días. El modelo de monetización de contenido en las plataformas impulsó la tercerización, en algunos casos total, del contenido en algoritmos …

Es una suerte de concepto evolutivo de producción del arte. Un ejército de inteligencias que producen un enorme repertorio de obras. La mayoría pasará inadvertida, pero esto no importa porque entre todas ellas acumulan muchísimas más vistas y recaudarán más dinero que muchas grandes creaciones humanas. Descubrimos aquí un efecto nuevo de la IA: el peligro de la comoditización. En el mundo de la economía, se conoce como commodity a un producto abundante e indiferenciado. Por ejemplo el trigo, que se compra por toneladas sin distinguir marcas u orígenes. Un quintal de trigo de Estados Unidos es indistinguible y tiene el mismo precio que uno que viene de Australia. Comoditizar es, entonces, nivelar para abajo: suprimir las diferencias y matices, volviendo una cosa absurdamente abundante e indistinguible de otras. En ese escenario, encontrar la composición valiosa entre los miles de libros escritos de manera mecánica puede volverse un desafío imposible.

En esta escala masiva de producción vuelve a entrar en escena la dificultad de delimitar la frontera entre la autoría y el plagio. Las IA generadoras de imágenes, como DALL-e y Midjourney, han aprendido de emergentes estadísticos de enormes volúmenes de datos de creaciones humanas previas. Cuando les pedimos una creación, la hacen en función de lo aprendido de antecesores como Gustav Klimt, Pablo Picasso o Miguel Ángel. Para muchos, es un simple plagio. Otros cuestionan esa idea: casi toda la Historia del Arte se apoya en reversionar lo que ya hizo alguien antes. No hay un solo artista que no haya creado en base al legado de sus predecesores. Ocurre en la narrativa, en la gastronomía, en la cerámica y en la música clásica …

¿Hasta dónde puede prohibirse o permitirse el uso de ideas anteriores en el cúmulo creativo de la cultura humana? Exageremos este concepto en una caricatura. Cuando Paul McCartney y John Lennon empezaron a tocar juntos, apenas dominaban tres acordes: mi, la y re. Para ampliar sus opciones, decidieron ir hasta otra ciudad en busca de un músico que sabía hacer el acorde del si. ¿Qué hubiera ocurrido si el «si», el «re», o la secuencia armónica más utilizada en la música —la de «do, fa, sol» (primer, cuarto y quinto grado)— hubiesen estado patentados? La posibilidad de apropiarse de los ladrillos creativos, de privatizarlos, destruye el proceso artístico. La pregunta de fondo quizá no sea tanto si es lícito o no usar ideas anteriores, sino cuánto trazo propio debe tener una obra para poder considerarnos sus autores. ¿La medida sería el esfuerzo invertido? Parece claro que esto solo no es suficiente: ya hemos visto lo que sucedió en el caso de Cattelan. De la misma forma, el valor del famoso cuadro Blanco sobre blanco del artista ruso Kazimir Malévich no estaría en el tiempo invertido, ni en el trabajo ni los materiales, sino en la idea. No es difícil ser ‘un Elvis’. Lo difícil es ser Elvis. A las inteligencias artificiales generativas se les da especialmente bien producir ‘al estilo de’: pueden componer música a lo Schubert, son bastante buenas imitando a Dickens, y logran hacer variaciones de un Picasso. Un estilo se identifica porque hay algún tipo de recurrencia o patrón. Puede ser el uso de una clase de palabras o frases, una elección de colores o el modo de uso del pincel. Estos son justamente los atributos que una red neuronal identifica con facilidad. Por eso, el estilo artístico —que nos resulta virtuoso y mágico— puede ser fácilmente imitado por una IA, o por los cientos de Elvis que circulan por los bares. Darnos cuenta de que se pueden replicar sin dificultad las creaciones artísticas que más nos sorprenden y que su elaboración no es tan sofisticada como parece, nos da un baño de humildad que no nos viene mal.

La enorme simplificación del proceso creativo tiene el riesgo de la comoditización, pero también puede llevar el arte a lugares inimaginados. El estilo de Vincent van Gogh, que tanto admiramos, es consecuencia de años y años de experimentación, acumulación de cultura y serendipia humana. Una inteligencia artificial puede acelerar este proceso. Puede emular el conflicto que lleva a un artista a producir una obra, o buscar una estética que sea coherente con ciertas sensibilidades humanas. También puede tener en cuenta las convenciones sociales y qué tipo de reacciones o emociones puede producir su obra. Incluso introducir una buena dosis de azar. Y puede iterar este proceso indefinidamente y a una velocidad vertiginosa para replicar otra posible historia del arte en apenas unos minutos y crear nuevos impresionismos, cubismos y otros estilos que no imaginamos. Las posibilidades creativas de este mundo híbrido serán tan extraordinarias como desafiantes e impredecibles”.

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