ARTE Y LITERATURA. El tejido de Minerva. Ovidio

Aracne desafía a Minerva: “Puede venir y disputar conmigo cuál de las dos es más hábil; no rehúyo el combate”.

Imaginemos en esta tela combatiéndose la una y la otra, lo que tejen.

“Ved a la una y a la otra cómo preparan sus obras. La lanzadera rueda con una agilidad increíble y cada vez que el hilo pasa a través de ella tienen el cuidado de separarlo con un peine especial, necesario en esta clase de trabajo. Tanto la una como la otra trabajan con una destreza y ligereza admirables, poniendo ambas un gran celo en querer sobrepasarse. La unión de los más bellos colores formaba sobre sus telas una mezcla tan agradable de claros y oscuros, y las nubes eran tan delicadas y diluidas, que se hubiera podido compararlas al Arco Iris. Imaginaos los rayos del Sol a través de suavísima lluvia, descomponiéndose en los siete maravillosos colores; no es posible discernir cómo pasan de un color a otro.

El oro iba mezclado con la seda de una manera ingeniosísima. Cada una de ellas trazó sobre su tejido antiguas historias.

Minerva representó en el suyo el pleito que Atenea tuvo con Neptuno sobre el nombre que se debía dar a esta ciudad. Veíanse allí los doce grandes dioses sentados sobre sus tronos con su majestad característica, y Júpiter en el centro. Cada uno de estos dioses estaba allí representado al natural, pero Júpiter con un aire de grandeza tal que anunciaba ser el maestro del mundo. Neptuno, golpeando la tierra con estridencia, hizo salir un caballo; esto parecía que le autorizaba a dar un nombre a la ciudad. Minerva estaba representada con su casco, su lanza y su escudo, sobre el cual estaba la vencida cabeza de Medusa. Dio un golpe a la tierra con su lanza, viéndose salir un olivo repleto de hojas y fruto. Perplejos de admiración los dioses por este prodigio, decidieron en su favor la victoria. Con esto la diosa había terminado su obra.

Sin embargo, para hacer comprender mejor a su rival el castigo que la esperaba por su temeridad, trazó en pequeño en las cuatro esquinas del lienzo la historia de cuatro combates. En uno se veía la aventura de Hemo, rey de Tracia, y de Ródope, su esposa, que fueron convertidos en rocas por haber tenido la audacia de llevar los nombres de Júpiter y de Juno. En el otro ángulo estaba la historia de Piga, reina de los Pigmeos, a quien Juno, para castigarla por su presunción, cambió en grulla con el fin de que ella misma estuviera en guerra continua con su pueblo. En el tercer ángulo se veía a Antígona, que había tenido la audacia de compararse con la esposa de Júpiter. Esta diosa la metamorfoseó en cigüeña; ni la ciudad de Ilión, ni Laomeolón, su padre, lograron impedir que la revistiera de blancas plumas, de las cuales tuvo la vanidad de celebrarlo. Al fin, en la cuarta esquina, se veía a la infortunada Cinara abrazando con lágrimas en los ojos las gradas de un templo. Eran sus propias hijas, a quienes los dioses así las habían metamorfoseado. Minerva rodeó el borde de su trabajo con ramos de olivo entrelazados. Tal era el dibujo que en su obra maestra trazó la diosa, empleando en ella el árbol que le era consagrado.

Aracne, por su lado, representó sobre su lienzo a Europa seducida por Júpiter bajo la figura de un toro. La obra estaba tan acabada, que se hubiera creído ver, en efecto, un verdadero toro y una verdadera mar. Europa aparecía allí con los ojos vueltos hacia la ribera que acababa de dejar. Parecía llamar a sus compañeras en su socorro, retirando sus pies por el temor de que fueran mojados. También se veía allí dibujado a Aster luchando con el águila de la que Júpiter había tomado la figura, y a Leda acariciada por el cisne. Las demás aventuras de este dios se veían allí representadas con inusitada delicadeza. Ora aparecía en forma de sátiro con la bella Antíope, de la que tuvo dos hijos gemelos; mudado en Anfitrión, gozando con la hermosa Alcmena; transformado en lluvia de oro, penetrar en la torre donde estaba encerrada Dánae y poseerla de esta manera; bajo la figura de pastor, gozar a Mnemosina; en serpiente transformado, seducir a Dórida, y cambiado en fuego, burlarse de Argina. También pintó Aracne sobre su lienzo a Neptuno metamorfoseado en toro en la aventura que tuvo con una de las hijas de Eolo; bajo la forma del río Enipeo procreó a Ato y Efialte; en carnero transformado, engañó a Bisálpida; de caballo verdadero sintióle Ceres; de pájaro, en la intriga que tuvo con Meduda, y de delfín con Melanco. Todo ello dibujado con tal naturalidad y vida que daba espanto. También estaba representado en el mismo tapiz Apolo cambiado en traciano, en halcón, en león y en pastor. De esta manera metamorfoseado, se hizo amar de Isse, hija de Macareo. Finalmente aparecía Baco en forma de racimo burlando a Erigone; también estaba Saturno en forma de caballo para engañar a Filira, de la cual tuvo al centauro Quirón. Hojas de hiedra entrelazadas, con mucho arte dispuestas, bordeaban esta bella obra de tapicería.

Estaba tan bien ejecutada, que Minerva no pudo encontrar en ella ningún defecto. La diosa, de ira despechada, reprendió con violencia la veracidad de los crímenes de los dioses allí representados”.

Rompió el tapiz, y convirtió a Aracne en una araña, y así “sigue tejiendo con sus hilos la tarea a que ella estaba acostumbrada”.

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