Mi Pushkin, de Marina Tsvietáieva

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Mi Pushkin, de Marina Tsvietáieva

Por ejemplo: “Pushkin se diferencia de los modernistas en que escribe con sencillez, en eso radica su genialidad”.

Pero no se trata de esto.

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Lo supo viendo un cuadro, El duelo, de Naumov, que colgaba en la habitación de su madre. Representaba el asesinato de Pushkin. Y la marcó desde entonces: “Lo primero que supe de Pushkin fue – que lo habían matado … en ese duelo no hubo un tercero. Eran dos: cualquiera y el único. Es decir, los eternos personajes de la lírica de Pushkin: el poeta y la plebe. La plebe, en esta ocasión, con el uniforme de caballero de la guardia real – mató al poeta … ¡y perdonó a su enemigo! Arrojó su pistola, extendió el brazo, devolviendo así, con toda claridad, a Pushkin al África de venganza y pasión de sus antepasados, sin sospechar siquiera qué lección para toda la vida —si no de venganza, sí de pasión— me daba a mí, una niña de cuatro años que apenas sabía leer … la eterna obra negra: el asesinato del poeta – por la plebe. Pushkin fue mi primer poeta, y a mi primer poeta – lo mataron … Fue entonces cuando dividí el mundo en el poeta – y los demás, y elegí – al poeta, tomé al poeta bajo mi protección: defender al poeta – de los demás, sin importar ni cómo se vistieran ni cómo se llamaran”.

Era una niña, aun no sabía leer cuando tomó esa determinación infantil. Y no sólo ella. “aquella infancia anterior a saber leer – mía y de toda Rusia”.

Pushkin enseñó, a todos en Rusia, a leer.

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También lo conoció por la estatua de Pushkin. También, antes de leerle, ya le enseñaba. Pushkin era negro, negra era su estatua. “Un monumento en contra del racismo – en favor del genio”.

Y esa estatura allí enclavada, miraba al mar. “Una idea maravillosa – con la inclinación de cabeza, con la postura del pie, haciendo una reverencia con la cabeza desnuda y el sombrero escondido detrás de la espalda – ofrecer a Moscú, a los pies del poeta, el mar. Ya que Pushkin no se eleva frente a un boulevard arenoso, sino frente al mar Negro. Frente al mar del elemento libre – el Pushkin del elemento libre”.

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Todo lo que enseña un poeta, a un niño que aun no sabe leer, a todos aun antes de leerlo.

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Hasta que, un poco más grande, descubrió el tomo de las obras de Pushkin en el armario de la hermana, y comenzó a leerlo, “directo al pecho y directo al cerebro”. Y ese libro, Pushkin mismo, fue su Guía. En su Oneguin, por ejemplo, aprendió la lección del destino, y de la soledad. La Tatiana de Oneguin, “no solamente influyó en mi vida, sino en el hecho mismo de mi vida: si no hubiera existido la Tatiana de Pushkin, no habría existido yo. Ya que las mujeres leen así a los poetas, y no de otra manera”.

Aprendió, más bien, diría yo, las claves para entender, interpretar, pensar su propia vida. ¡Qué poder pueden tener, al menos sobre algunos de nosotros, los escritores!

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No hace una teoría de la lectura. Nos la describe: de su lectura, aprendió esa cualidad de toda lectura: ser todo, ser todos, poder ponerse en el lugar del otro, vivir muchas vidas -esa enseñanza no dicha, no didáctica, penetrante, común a cualquier libro, “bueno”, “malo”, el que nos gusta y el que no nos gusta. “… Los demonios. «Vuelan las nubes, se agitan las nubes – La luna invisible…» … Un extraño poema (un estado) en el que, desde el principio, se puede ser (no se puede no ser) todo: la luna, el jinete, el caballo encabritado y —¡oh, dulce asombro!— ellos. Ya que no hay lector que no esté, al mismo tiempo, sentado sobre el trineo o volando sobre el trineo; allá, en las alturas inconmensurables, y que no aúlle a distintas voces, y que allá, en el trineo, no muera de miedo de este aullido. Dos vuelos: el del trineo y el de las nubes, y en cada uno tú – vuelas. Pero además del que viaja y de las que vuelan, yo era una tercera cosa: la luna – aquella que, invisible, ve: a Pushkin, sobre él – a los demonios, y sobre Pushkin y los demonios – vuela ella misma”.

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Porque, ¿qué fue de esa emoción de ir a conocer el mar, cuando su madre ya enferma les dijo que irían a la costa del Mar Negro, sino conocer el mar del poema de Pushkin? ¿Y qué le quedó de aquella visita sino “que yo, apenas di la espalda al mar real, reconstruí – blanco sobre gris – pizarra sobre pizarra … Y – diré aún más: mi infancia inculta identificaba el elemento con los versos, y eso resultó ser – verdad: el «libre elemento» resultaron ser – los versos, y no el mar, los versos, es decir, el único elemento del cual no te despides – jamás”.

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