ARTE Y LITERATURA. Silla de mano de Felipe el Hermoso, el escorial. Lucia, Manuel, Gioconda Belli

“La erudición de Manuel era incluso conmovedora. Pensé que sufría por tener que conformarse con imaginar la vida en los siglos XV y XVI. Mirándolo frente al retrato de Felipe el Hermoso, en el nimbo de luz de la ventana, tuve incluso la inquietante impresión de que se le parecía físicamente. Fue junto a la pintura cuando narró el primer encuentro de Juana y Felipe. Habló como si hubiese sido testigo del amor inmediato e incontenible que los motivó a consumar el matrimonio esa misma noche. Algo notaría mi abuela, porque lo interrumpió para preguntarle sobre la silla de mano que se exhibía cerca del retrato. El explicó que era la misma en que Felipe II, enfermo, hizo su último viaje de Madrid al monasterio. Manuel nos habló entonces de las enfermedades de Felipe, la gota que lo aquejaba, de sus devociones religiosas, sus cuatro esposas de las que enviudara sucesivamente. El rey se flagelaba, dijo, se ponía coronas de espina. Hacía el amor a sus esposas a través de una sábana donde solo existía el agujero imprescindible para asegurar la procreación. Ponía a las reinas a rezar el rosario mientras copulaban. Imploraba el perdón al Altísimo por cualquier sentimiento de placer que pudiera colarse en medio del lino y la oscuridad”.

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