
Murió Vargas Llosa. Uno de los más grandes escritores de la segunda mitad del siglo XX, y de los últimos intelectuales públicos de alcance mundial. Borges nos enseñó, nos permitió decir, sin solemnidades, que, en una Biblioteca, en una literatura, en un libro, en un autor, encontramos una amistad. La admiración, y la amistad, es que lo que siento por Vargas Llosa y su literatura. Y es decir muy poco, y es decir mucho.
Agrego unas palabras, que no alcanzan.
Elogio de Mario Vargas Llosa, elogio de la literatura y la lectura
Murió Vargas Llosa, y es para mí una tristeza, es una muerte cercana, es una pérdida, es el recuerdo de esperar sus libros con emoción, de verme a mí mismo pasando sus páginas, escenas de goces, de leerlos con “previa devoción”, tanta es mi admiración. Por eso estas palabras que siguen, un elogio a Vargas Llosa que es para mí un elogio a la literatura y la lectura, resultan inevitablemente pobres.
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“los ruidos del mundo (que a mí me gustan tanto)”
Con Vargas Llosa siento eso que tan felizmente expresó Borges con los autores que admiraba y quería, “una amistad”, de esas que, aunque no se conozca a la persona, es posible por medio de su literatura. Y una admiración.
Su vida es un elogio, a la vida, a la lectura y a la literatura, como tituló su discurso de recepción del Premio Nóbel. Por eso este epígrafe que elegí, que creo lo retratan enteramente: “los ruidos del mundo (que a mí me gustan tanto)”.
Por eso en la ficción -una novela, un drama, un cuadro- habiendo sido un innovador en las formas, realza siempre el valor de la anécdota, del contenido. Por eso fue siempre -cambiando de signo a través del tiempo- un intelectual público. Por eso ejerció el periodismo, la docencia, por eso impartió conferencias y charlas innumerables. Por eso fue un gran polemista. Por eso critica en la mayoría de la crítica literaria contemporánea, su alejamiento de la vida.
Ruidos del mundo que no son indisociables de “los demonios”, las obsesiones, los sueños y pesadillas, que son parte de cada cual; y son motor de creación artística; que se puede hacer obra maestra, propia de un genio, con trabajo, esfuerzo, tesón.
Y así, Vargas Llosa, con su vida y su obra, amplía la vida. Aquello que pide a las novelas. Y a toda obra de creación. Y sin dejar nada fuera entonces, hizo de su obra total “un gran fresco de su época”, como dijo de la obra de Picasso, esos artistas que, como el propio Vargas Llosa, son “personalidades que se convierten en cifra de una época”, porque “quizá esta es la mejor prueba de su grandeza: haber expresado nuestro tiempo convulso”.
[Por eso me llama la atención que, entre sus estudios de escritores -Flaubert, Víctor Hugo y tantos otros- no escribiera uno sobre Balzac. Creo que podría ser íntimamente su verdadera piedra de toque. Creo que hay una aspiración a una comedia humana, con sus tiempos recios, sus perros, sus paraísos a la vuelta de la esquina, sus travesuras de niñas malas, amores incestuosos con madrastras, sus rebeldes de causas justas y perdidas, sus enemigos temibles dictadores y torturadores, sus escribidores; mundos, ruidos, paradojas, contradicciones, ambigüedades, y esos, otra vez, frescos de su tiempo, retratos de contradictores].
Y todo, hecho con desigual maestría, teniendo “los tres ingredientes indispensables para que aparezca un gran creador: oficio, ideas y cultura”, como dijo refiriéndose a Monet. Y así, añadiendo algo al mundo -su piedra de toque a su vez de la ficción en general- que está hecho conjuntamente, no se cansó de enseñárnoslo, de elogiarlo, de bregar porque así fuera, de lo real y lo ficticio (creadora la realidad de lo ficticio -esa otra realidad-, creadora la ficción de lo real).
Es mucho lo que nos ha dado, su elogio de la vida, la lectura y la literatura, nos ha contagiado y lo seguirá haciendo, permaneciendo siempre con nosotros como una admiración y una amistad perdurables.
Quisiera que esto fuera un sencillo elogio a sus elogios; que, me permito el parafraseo miguelhernandiano, llegó con tres elogios, los de la vida, los de la lectura, los de la ficción.
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Controvertido por sus posiciones políticas liberales, podría devolvérsele su anatema “como todos los sueños colectivos, aquel era un sueño imposible, condenado al fracaso”, que pronuncia don Rigoberto en Elogio de la madrastra. Pero lo más interesante, lo específico, es su literatura.
Su visión general es atrayente: «Los hombres no están contentos con su suerte y casi todos -ricos o pobres, geniales o mediocres, célebres u oscuros quisieran una vida distinta de la que viven. Para aplacar -tramposamente- ese apetito nacieron las ficciones. Ellas se escriben y se leen para que los seres humanos tengan las vidas que no se resignan a no tener. En el embrión de toda novela bulle una inconformidad, late un deseo insatisfecho (…) el reducto asfixiante que es nuestra vida real se abre y salimos a ser otros, a vivir vicariamente experiencias que la ficción vuelve nuestras. Sueño lúcido, fantasía encarnada, la ficción nos completa, a nosotros, seres mutilados a quienes ha sido impuesta la atroz dicotomía de tener una sola vida y los apetitos y fantasías de desear mil. Ese espacio entre nuestra vida real y los deseos y las fantasías que le exigen ser más rica y diversa es el que ocupan las ficciones. En el corazón de todas ellas llamea una protesta (…) El regreso a la realidad es siempre un empobrecimiento brutal: la comprobación de que somos menos de lo que soñamos. Lo que quiere decir que, a la vez que aplacan transitoriamente la insatisfacción humana, las ficciones también la azuzan, espoleando los deseos y la imaginación. Vivir las vidas que uno no vive es fuente de ansiedad, un desajuste con la existencia que puede tornar rebeldía, actitud indócil frente a lo establecido».
Admirador de Victor Hugo y de Flaubert, tiene algo de balzaciano. Sin llegar a escribir una Comedia Humana, tiene su comedia latinoamericana.
Porque lo que hace su literatura es recorrer las vidas, las historias, las acciones de los y las protagonistas grandes y pequeños de los grandes procesos convulsivos que marcaron dramáticamente la segunda mitad del siglo XX:
- militantes de izquierda como el declarado trotskista Mayta, aunque lo distorsione, y además, considere “una radiografía de la infelicidad peruana”, en Historia de Mayta. O el militante del PC desencantado Santiago Zavala, Zavalita en Conversaciones en la Catedral, devenido escéptico que comienza con la genial pregunta, “¿en qué momento se habia jodido el Perú?”, revisando su historia pasada, que afirma que “eso es el centralismo democrático, defender una idea contra lo que se creía”, y se lamenta que “lo que pasa es que ni eso lo decidí realmente yo. Se me impuso solo, como el trabajo, como todas las cosas que me han pasado. No las he hecho por mí. Ellas me hicieron a mí, más bien”;
- luchadores antidictatoriales, como Salvador, el Turco, Sadhalá, contra Trujillo, aunque denuncie entremedio que “como decía Estrella Sadhalá, el Chivo había quitado a los hombres el atributo sagrado que les concedió Dios: el libre albedrío”, en La fiesta del Chivo, pero sin perder de vista que se trata de “los infinitos excesos y bestialidades que esas cosas mezcladas podían significar en un país modelado por Trujillo”;
- represores, torturadores brutales, como el coronel Johnny Abbes, jefe del Servicio de Inteligencia Militar de Trujillo;
- de reformistas/revolucionarias, rebeldes, como Flora Tristán, ese espíritu insumiso, que agradecía la muerte de su padre el coronel don Mario Tristán, sino “nunca hubieras sentido curiosidad por saber cómo era el mundo más allá de ese reducto en el que vivirías confinada, a la sombra de tu padre, de tu madre, de tu esposo, de tus hijos. Máquina de parir, esclava feliz, irías a misa los domingos, comulgarías los primeros viernes y serías, a tus cuarenta y un años, una matrona rolliza con una pasión irresistible por el chocolate y las novenas (…) Y por supuesto, nunca hubieras tomado conciencia de la esclavitud de las mujeres ni se te habría ocurrido que, para liberarse, era indispensable que ellas se unieran a los otros explotados a fin de llevar a cabo una revolución pacífica tan importante para el futuro de la humanidad como la aparición del cristianismo hacía 1844 años”, nos relata en El Paraíso en la otra esquina, pero que concluye, ella también, como “una mujer libre sí. Pero una revolucionaria fracasada en toda la línea”;
- de prostitutas y sus patrones, en la Casa Verde de don Anselmo en el medio de la selva amazónica, que trajo a Piure tanto ánimo como desgracias, provisto de sus prostitutas por el Convento en Santa María Nieva después de civilizar a las indígenas;
- de madrastras, esa figura de lo negativo en la vida doméstica, pero que exuda placer, Lucrecia, exudas placer, erotismo, sexo, para concluir destrozando su amor, su familia, su felicidad, como una pompa de jabón que estalla, en Elogio de la madrastra;
- de artistas irreverentes, como Paul Gauguin en El Paraíso en la otra esquina que quiere asumir su soñada condición de salvaje, poseído por el demonio de la acción, aunque entremezcle, una vez más, que “el buscaba eso desde que se sacudió la costra burguesa en la que estaba atrapado desde la infancia, y llevaba un cuarto de siglo siguiendo el rastro de ese mundo paradisíaco sin encontrarlo”;
- de familiares incestuosos, la tía Julia y Marito, novela llena de humor;
- de artistas menores, protagonistas de “esa tragedia chalaca”, en La tía Julia y el escribidor, y que reclamaba que “el arte y la bolsa son enemigos mortales”, como la pluma del radioteatro Pedro Camacho, “escribidor”, que sería despreciado por empleaducho ante las decisiones de negocios de los dueños de las radios, y por boliviano, terminando aquel “Balzac criollo”, en un manicomio primero y más tarde como cadete de la decadente y quebrada revista Extra;
- de caudillos de masas religiosos, el Consejero Antonio Vicente Mendes Maciel, haciendo que allá en Canudos, desde el “fondo del Brasil, renace de sus cenizas la Idea que la reacción cree haber enterrado allá en Europa en la sangre de las revoluciones derrotadas”, “¿no es notable que en el fondo del Brasil un grupo de insurrectos forme una sociedad en la que se ha abolido el matrimonio, el dinero, y donde la propiedad colectiva ha reemplazado a la privada?”, en La guerra del fin del mundo, como escribía en sus cartas el anarquista Galileo Gall, al que, y aquí vuelve a entremezclar, el Baron compadecía: “Todas las armas valen. Es la definición del siglo XX que se viene, señor Gall. No me extraña que esos locos piensen que el fin del mundo ha llegado (…) Todo lo que anhela es ir a morir como un perro entre gentes que no lo entienden y a las que no entiende. Cree que va a morir como un héroe y en realidad va a morir como lo que teme: como un idiota. El mundo entero le pareció víctima de un malentendido sin remedio”;
- de luchadores nacionalistas anticoloniales, Roger Casament, con su paso de un Roger a otro, del administrativo, al expedicionario, al humanista, al combatiente nacionalista contra el colonialismo, con sus preguntas y paradojas, las preguntas de alguien que sólo por su apertura al mundo que lo rodea, sensible y activa, de poeta y de hombre de acción, de un militante político, con ingenuidad pero con pureza y fe: “¿Tenía sentido todo aquello? … ¿podía llamarse civilización a esas bestias de la Force Publique?”; “¿Cómo se había podido llegar a esto?”; “¿Cómo puede permitir Dios que ocurran cosas así?, ¿qué clase de Dios es este?”; “¿había ganado el diablo la partida?”; “¿resistiría todo ese espanto cotidiano la sanidad de su espíritu?”. Preguntas que se responde con cruda sinceridad: no se origina en la falta de civilización (es decir, de respeto a la propiedad privada y a la libertad individual), que no representaba más que la hipócrita máscara de toda esa iniquidad, sino en la explotación y la codicia (que aniquila las formas comunes de propiedad de los indígenas y sus libres individualidades);
- de indígenas objeto de la opresión más cruel y reservorio de una alternativa imposible, los machiguengas y su hablador, Mascarita, el santo loco.
Y tantos más.
Lo hace recorriendo la convulsionada vida política y social de la segunda mitad del s. XX, y más atrás también.
Lo hace desde las grandes instituciones de la vida social, los partidos de izquierda, trotskystas y Comunista; las religiones carismáticas; las dictaduras; los gobiernos imperialistas benevolentes y brutales a la vez.
Lo hace en la geografía dispersa de un mundo moldeado por el capitalismo y el colonialismo; en las grandes capitales del mundo, las pequeñas capitales de nuestros países; la selva brutal y atractiva.
Lo hace en la confusión de la vida pública con sus grandes combates y la privada del erotismo intensificado, así como del humor cotidiano, y el ataque a prejuicios arraigados, mayormente sexuales.
Lo hace estudiando los grandes novelistas clásicos y de Latinoamérica.
Entonces, aunque entremezcle que se trate de infelicidad, de imposición ajena a uno de lo que podrían ser propias decisiones, que devenga lucha antidictatorial en metafísica del libre albedrío, el fracaso, el estallido de las pompas de jabón, la imposibilidad de acceder al paraíso, la locura y el fracaso, la idiotez; lo hace, y sólo así puede hacerlo, trayéndonos todo esto.
Es que tratamos con un escritor realista. “Entre la descripción de la vida objetiva y la vida subjetiva, de la acción y de la reflexión, me seduce más la primera que la segunda, y siempre me pareció hazaña mayor la descripción de la segunda a través de la primera que lo inverso (prefiero a Tolstoi que a Dostoyevski, la invención realista a la fantástica, y entre irrealidades la que está más cerca de lo concreto que de lo abstracto, por ejemplo la pornografía a la ciencia ficción, la literatura rosa a los cuentos de terror”, afirma en La orgía perpetua. Flaubert y ‘Madame Bovary’.
Con una defensa del realismo no sólo práctica, sino que también teórica: “el censo, tan vario y espléndido de L’Education sentimentale no tiene un personaje como Emma. El tímido Frederic Moreau y la elusiva, maternal, Madame Arnoux son admirables, pero ni ellos ni la fauna que los rodea –los banqueros, artistas, industriales, mujeres galantes, periodistas, obreros, nobles- resisten la comparación porque ninguno llega a constituir un tipo humano”, profundiza en la misma obra. Teórico porque es una categoría que la teoría literaria, marxista, utiliza: “Puesto que la concepción dialéctica resume de esta manera lo general, lo especial y los individual en una unidad movida, está claro que la particularidad de esta concepción ha de manifestarse también en las formas de aparición específicamente artísticas. Porque en contraposición a la ciencia que disuelve este movimiento en sus elementos abstractos y que desea comprender mentalmente las leyes del efecto de cambio de estos elementos, el arte muestra este movimiento como tal movimiento en su unidad visual. Una de las categorías más importantes de esta síntesis artística es el tipo (…) El tipo se caracteriza por el hecho de que en él concurren todos los rasgos predominantes de aquella unidad dinámica en la cual la auténtica Literatura refleja la vida, de que estas contradicciones, las más importantes contradicciones sociales, morales, y espirituales de una época se conjugan en una unidad vital. La representación del hombre medio, por el contrario, provoca necesariamente que estas contradicciones, que son siempre el reflejo de los grandes problemas de cualquier época, aparezcan ahogadas y aminoradas en el alma y el destino de un hombre medio, perdiendo precisamente por ello sus rasgos esenciales. En la representación del tipo, en el arte típico se unen lo concreto y lo legal, lo eternamente humano y lo históricamente determinado, lo individual y lo socialmente general”, nos dice Lukacs en “Introducción a los escritos estéticos de Marx y Engels”. Aunque es sólo terminológico, y no por su contenido, Vargas Llosa se refiere a esta categoría: “ninguno de los personajes principales representa al hombre promedio, común, reconocible, sino las formas más extremas e inusitadas de lo humano: el santo, el justo, el héroe, el malvado, el fanático. En vez de tipos, la novela está poblada de arquetipos”, nos dice en La tentación de lo imposible.
Como escritor va aquí contra el intelectual de derechas, por eso irá ahora contra sí mismo en esto, pero en sentido contrario, tratando de cubrir sus rastros: “Los hechos que nos cuenta (la novela) no son la verdad, la vida, la historia. Son ‘la verdad’, ‘la vida’, ‘la historia’ de la novela: de una mentira. Pero él (el autor) ha logrado algo más atrevido que lo que pretendía: no un retrato fidedigno sino una recreación de lo real sino una transgresión de la realidad que se nos impone como cierta por su poder de convicción, no la vida sino esa ilusión turbadora que es una novela lograda, esa mentira radical que es la verdad de la literatura cuando ha logrado ciertas cimas”, plantea en la misma obra. Posteriormente distinguirá “la gran tradición de la literatura realista, aunque no naturalista, una literatura cuya concepción de la realidad, totalizadora, incluye lo soñado y fantaseado como partes esenciales de la experiencia humana”, remata en El viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos Onetti.
Se sumerge en la exploración de la conciencia individual profunda, arrojándose desde la plataforma de la vida colectiva, pasando por la vida doméstica, la sexualidad y el deseo, la reflexión moral. Nos trae la vida pública nuevamente, que ha sido mayormente exiliada en la novela actual. La política. Empujándolo a la denuncia antiburguesa de un mundo que explota a los proletarios, oprime a las mujeres y extranjeros, se burla y desprecia a los artistas menores, reprime sexualmente, saquea a los países coloniales por los imperialistas y coloniales.
También, y aunque no es de mi especial gusto porque está forzado por el gusto de la novedad propio de ésta época (aunque también por el peso tal vez obligado de la distinción después de ya siglos de novelística en particular y literatura de la grande en general), pero es consenso difundido admirarlo, recurre a las innovaciones técnicas: los tiempos superpuestos, circulares y reversibles, con un contenido entremezclado como es la vida misma de exploraciones de la conciencia, acciones prácticas de individuos, masas, partidos e instituciones, reflexiones morales, crisis individuales y sociales, esperanzas y decepciones, utopías y desmoralizaciones –como en Diálogo en la Catedral.
Y así Vargas Llosa, va contra sí mismo, desandando el camino que proclama. Con un algo de Balzac del s. XX entonces, aquel añorando la buena sociedad monárquica, éste, también aquí contra sí mismo, lamentando la imposibilidad de la utopía que lo convocó, y ahora repudia, y una vez más contra sí mismo, no puede evitar hacerlo, como novelista honesto, más que escribiendo sobre personajes, sus acciones, su mundo, que lo fuerzan a negarse en su obra.
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Pero es, sobre todo, y eso defiende él mismo, por sobre técnicas y temas, un gran contador de historias. Aquello que conecta con nuestras infancias personales, probablemente con la infancia de la humanidad. Y toca así algo en nosotros raigal y misterioso.
Excelente homenaje al gran Vargas Llosa
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