
Hablamos aquí, una vez, y seguiremos, sobre/contra la crueldad contra los animales en la literatura.
Hablemos de su sensibilidad, algo más raro aún, igual de importante.
Rosa Bonheur, nos cuenta Thomas Schlesser, “estaba destinada a convertirse en modista. Pero a los trece años, poco después de la muerte de su madre (a la que la familia enterró en una fosa común por falta de dinero), se decantó por la pintura”.
Uno de sus cuadros, Arando en el Nivernais, unos grandes surcos trazados por las rejas de un arado, dos yuntas de bueyes, de seis cada una. “El animal que iba en cabeza era de un beis más oscuro, y el de cola de un rojizo que lo hacía excepcional con respecto a los doce animales del cuadro; entre ambos marchaba un bóvido que parecía constituir, si no el tema, sí al menos el corazón de la obra. Giraba levemente la cara hacia el espectador y su ojo parecía lanzar una mirada patética. Sin duda acababa de recibir un puyazo por parte del joven boyero de los zuecos que lo acompañaba”.

Agrega que “… en este cuadro … es el buey el que nos mira con su enorme ojo. Y así juega el papel de admonitor. A menudo hablamos de la mirada vacía de los bovinos, como si no tuvieran inteligencia ni conciencia. Para acabar con ese tópico, la artista pinta el negro de la pupila especularmente dilatado sobre el blanco de los ojos. De esta manera, su mirada reclama nuestra atención, nuestra implicación en el cuadro, nuestra empatía. Ese es el sentido de la obra”.
“Hay que tener en cuenta su sufrimiento, todavía más trágico por ser mudo”.
Me trajo a la memoria una película, Rosa Luxemburgo, de hace muchos años.
También unos bueyes. También sus ojos, su mirada, su dolor, sus lágrimas.
“Todo tipo de cosas me suceden -relataba Rosa Luxemburgo-, pero cuando le suceden a otros, pierdo mi fortaleza. Sonitshka, tuve una experiencia muy dolorosa. Un día un carro cargado de bolsas llegó hasta el patio. La carga era tan grande que los bueyes apenas pudieron cruzar la puerta. Un soldado bruto los golpeaba, hasta que uno empezó a sangrar. Después de descargar los animales permanecieron silenciosos, exhaustos. Tenían la expresión de un niño a punto de llorar. Me paré cerca del animal y me miró. Se me caían las lágrimas. Eran sus lágrimas”.

También Goya. En Cabeza de cordero y costillares, seguimos con Thomas Schlesser, pintado poco después de los fusilamientos de Joaquín Murat, oficial de Napoleón en su invasión de España, podemos ver representado ese tiempo de dolor, “marcado por la violencia, tanto que Goya pinta las pequeñas letras de su firma en el charco de sangre que gotea de la cara del cordero, para identificarse con el pobre animal. Se ve a sí mismo como un ser que ha perdido la cabeza. Y fíjate en el realce blanco debajo del ojo izquierdo. Se diría que el animal está lloroso, con ese brillo como de lágrima”.

Mudos, sí, de palabras. No de sentimientos, no de expresiones, no de gestos, no de sonidos -su lenguaje-, no de lágrimas.
maravilloso lo de Virginia!!!
y el fragmento de texto elegido de las dos Rosas emocionante y excelente!
de que libros son???
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Hola, gracias! Rosa Bonheur de «Los ojos de Mona» de Thomas Schlesser. Rosa Luxemburgo, de la misma película que copié allí, no di con el texto.
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