
A partir de
Lucía Miranda, novela histórica, de Eduarda Mansilla (La cautiva de Eduarda Mansilla)
Héroes para el mito. El fuerte del Espíritu Santo, al mando de don Nuño de Lara, tenía una pequeña guarnición, “en un país desconocido y en medio de feroces enemigos”; y esto fue así porque “cada uno de aquellos hombres, por su intrepidez y constancia, tenía el temple de un héroe”.
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La política. El fuerte estaba rodeado de diferentes pueblos. El fundador del fuerte, Gaboto, había hecho política: “En las inmediaciones del fuerte, estaban acampados los indios timbúes, gente humana, cariñosa y de carácter hospitalario; buena para amiga, pero terrible para enemiga, Con ellos hizo Gaboto una alianza, contra los Charrúas”.
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Lleguemos al momento terrible. Una larga historia traen consigo al Río de la Plata Lucía y su amado esposo Sebastián; la historia de sus vidas y sus seres queridos, los campesinos que la cuidaron de niña al quedar huérfana, don Nuño su padre adoptivo, el sabio cura que la instruyó, fray Pablo, tío de Sebastián, el notario, don Buenaventura, que cuidó de sus bienes; las lecturas de los grandes libros: la crónica del Cid Campeador, Sófocles, Platón, Sócrates, Horario, Virgilio; el entrenamiento militar de Sebastián y su combate en Alemania al servicio del rey Carlos, hijo de la reina Juana; el amor que nacía inocente y puro entre los dos jóvenes. Parten de Cádiz, con “sed de descubrimientos y conquistas”.
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La buena vecindad egoísta. Debajo de la alianza con los timbúes que forjó el jefe de la avanzada española, el vienés Gaboto, su designado comandante Nuño de Lara y su segundo Sebastián Hurtado, se cernía una amenaza interna: “A decir verdad, muchos ó el mayor número de los aventureros, se encontraban bastante descontentos, porque hasta ese momento, las grandes privaciones que habían sufrido, por manera alguna, les habían sido compensadas; siendo así que en vez de las pingües riquezas que esperaban, habían tan sólo hallado una vastísima extensión de tierra inculta, poblada de terribles peligros, de la cual no parecía posible sacar provecho, sino después de muchos años de duro trabajo. Perspectiva nada risueña para los indolentes españoles, que confiados en las maravillas que de las Indias se contaban, abrigaban la esperanza de poseer vastísimos tesoros, con sólo bajarse al suelo, para recoger un sinnúmero de piedras preciosas, de extraordinario tamaño y riqueza. Imaginad el desaliento de estos ambiciosos”.
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Las intrigas de los otros. Habían partido juntos españoles y timbúes a combatir a los charrúas. En el fuerte, Anté, la joven india protegida de Lucía le advierte con susto que Gachemané, “el adivino, dice que tú eres espíritu malo y que el demonio pide tu muerte”. Con decisión y valentía, Lucia confrontó al adivino y si espectáculo pagano desbaratándolo.
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Se preparaba la tragedia. Marangoré se enamoró de Lucía, y su pasión lo dominaba, primero, abatiéndolo.
La ceguera de la civilizada razón. “¿Por qué, al contemplar las gracias de su hija adoptiva, un rayo de luz no alumbró su espíritu? ¡Cuántos males no hubieran podido evitarse entonces, cuántas lágrimas, cuánta sangre! Pero el corazón helado del español, no descubría la llama ardiente que consumía el fogoso corazón del indio, y su fría razón, era lo único que oponía, al torrente de desencadenadas pasiones, que habían de arrebatarle en su furia”. El arrebato de la bárbara pasión. ¿Puede una superior a la otra?
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Pero no, no se trata de esto. Ni de civilización contra barbarie. Ni de la natural belleza de Lucía, ni de la involuntaria pasión de Marangoré.
Se trata de la ambición y la intriga de su hermano Siripo, condenado por la misma costumbre del mayorazgo que primaba en España, y lo relegaba a un segundo lugar, a lo que se agregaba la belleza del hermano mayor contrastando con la del menor, que lo incitaba: “Levanta, descendiente de Agachac, despierta hijo del Sol; corre á disputar la hermosa Lucia, de ojos de tórtola, á ese puñado de hambrientos españoles. Aquí estamos nosotros, tus hermanos, tus fieles timbúes”.
Una artimaña y el ataque de los timbúes al fuerte. Y lo imprevisto.
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No fue civilización contra barbarie. Marangoré y Siripo luchan cuerpo a cuerpo por hacerse de Lucía, mata el menor al mayor, y se lleva cautiva a la bella española. Corre a su rescate su marido, sometido por el mayor número de los indios, terminará siendo muerto junto con Lucía, que se negó a salvar su vida uniéndola a la de Siripo.
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Ya no la cautiva, excusa de Ruy Díaz de Guzmán, oscureciendo el verdadero motivo: la ancestral lucha de un hombre contra otro hombre para probar su supremacía, haciéndose con un botín, una mujer, el cuerpo de una mujer. Ya no la cautiva -la mujer-, de Rosa Guerra, víctima involuntaria de tres atributos: su belleza; la inhumanidad de las empresas de conquista; la -inconfesada- impotencia de la civilización frente a la barbarie. Si no, ahora, la cautiva, víctima de la intriga y la traición, insidiosa intriga y traición, impotente venganza de la envidia y los celos de hermano contra hermano.