Peer Gynt, de Henrik Ibsen

Peer Gynt, Henryk Ibsen

A partir de

Peer Gynt, de Henrik Ibsen

Peer Gynt abandonado por su padre que dilapidaba su fortuna, fue criado pobremente por su madre, Asa, contándole leyenda, cuentos, fantasías. Y después, después las vivió: jinete que cabalgaba monturas que surcaban los aires; duende; dueño del sombrero que te hace invisible; capaz de evocar al diablo; raptor de princesas. Creyó vivirlas allí en su pueblo, sufriendo la burla de los demás, y promete que será grande, el nombre de su madre venerado, y él, emperador del mundo. Muere Asa, Peer abandona su pueblo. Vagabundo del mundo, se hace un rico empresario, después Profeta en el Africa. De todo se despoja para “ser uno mismo”, “emperador de los hombres”, no de posesiones o territorios, este fue su Imperio. Lo enjaulan como loco en un manicomio, donde “se puede ser uno mismo hasta el límite”.

Viejo ya, vuelve a Noruega, se acerca la muerte.

En el bosque, reflexiona y dialoga,

Con los ovillos: “somos los pensamientos, que deberías haber pensado”

Con las hojas secas: “nosotras somos el lema que debieras haber pregonado”

Con los susurros en el aire: “somos las canciones que debieras haber cantado”

Con el rocío: “somos las lágrimas nunca vertidas”

Con las briznas de paja: “somos las obras que debiste realizar”

Y se pregunta, ¿qué es ser uno mismo”, le dicen que es “matar el yo… presentarse en todas partes con la opinión del maestro como propio reclamo”; le pregunta a Solveig, su viejo amor que él rechazó “¿dónde estuve ‘yo mismo’?” y le responde “en mi fe, en mi esperanza y en mi amor”.

¿Entonces qué y dónde, sino en los demás y con los demás?

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