A partir de
Acerca de Judas, de Gabriela Bosso
“El Señor levantó la voz diciendo: ‘Fuerza mía, fuerza mía, por qué me has abandonado’. Dicho esto, fue llevado a lo alto” (Evangelio de Pedro, capítulo V)”.
Es la fuerza propia. Es, también, la fuerza de la alianza sellada con su sangre, bebida por los 12 del cáliz que los comprometió una noche secreta en la casa de José de Arimatea. Aquella cuando confirmaron el último paso del plan de Jesús para la rebelión contra la opresión de Roma. Una maniobra arriesgada: durante la levantisca Pascua en Jerusalén, Judas lo entregaría a Caifás, ellos agitarían al pueblo demandando su liberación, despertando una rebelión imparable que expulsaría el Imperio de sus tierras.
Nada salió como esperaban, una patrulla romana se interpuso, en sus manos, la muerte era segura, el temor cundiría en el pueblo, y en los 12. No, en 11 de los 12. Judas quiso seguir adelante con el plan. Pedro con el resto se negó, y escribiría la historia, que la escriben los sobrevivientes: Judas quiso ahorcarse, pero el apóstol “setenta y dos” se interpuso con su espada. Todo rastro de rebelión, debía ser borrado, quedando allí “en Acéldama, que quiere decir, Campo de sangre”.