A partir de
Alberto Ruiz- Tagle, un joven aparecido de la nada en los talleres literarios de Concepción que impartían Juan Stein, algo mediocre pero atrayente judío bolchevique en esos años setentas “cuando Salvador Allende era presidente”, y Diego Soto, más brillante pero de personalidad escasamente atractiva.
Carlos Wieder, teniente de la FFAA que secuestró y mató a algunos de sus compañeras de los talleres, creyendo que era Alberto.
Pero Wieder tenía un propósito mayor que infiltrarse. Quería abolir la poesía. Que la literatura la hiciera gente ajena a la literatura: escribía poemas en el aire marcando con el humo de su avión las palabras en el cielo; escribía con su nombre o seudónimos en las varias revistas del insólito movimiento literario fascista de América; realizó una tenebrosa exposición fotográfica; fue comentado por uno de los críticos literarios de la época.
Era un propósito aún mayor todavía que la literatura: “tal como estaba ocurriendo” con la política, que también había que abolirla, encargarla a gente ajena a la política. Como él.
Se trata de la historia de Chile. “La historia de Wieder, que era la historia de algo más”, se percató su ex compañero de los talleres literarios de Concepción. Un sueño se lo reveló: “Wieder y yo viajábamos en el mismo barco, sólo que él había contribuido a hundirlo, y yo había hecho poco o nada por evitarlo”.