A partir de
Ludvik, fue expulsado del Partido y de la Universidad donde daba clases por una broma, apenas una postal a su novia en la que ridiculizaba la obligada alegría solemne como muestra del optimismo por la construcción del socialismo, y que reafirmaba con un “¡viva Trotsky!” al finalizarla. El Comité que lo sometió al proceso de crítica y autocrítica fue presidido por un viejo amigo, Zemanek.
Y tras la expulsión, quedó roto: se rompió todo en lo que creía, y así sí que cayó en el pesimismo, sí que perdió la alegría, y se desdobló en mil caras. Como todos estaban desdoblados: Helena, la mujer de Zemanek que se enamoró empezando una aventura con Ludvik sin saber que se conocían, pero que reprochaba, comunistamente, la separación entre la vida privada y la pública. Como Kotska, ferviente cristiano que no se puso del lado de Ludvik tras ser expulsado porque había que aceptar humildemente el castigo por los pecados, sin perder la fe, fuese comunista o cristiana.
Y Ludvik decidió vengarse: iniciar una aventura con Helena, no por Helena, sino contra Zemanek el marido de ella, el amigo y verdugo de él, que se enteró, y no le importó, ridiculizando su pequeña venganza personal. Otra broma, otro error, que marcaba el comienzo y el final de la vida de Ludvik, y más allá: de toda la historia, el orden social, el sistema entero, que se bifurcaba en direcciones imprevistas, por historias mínimas, por una broma, por un error.