A partir de
Los cuadernos de don Rigoberto, de Mario Vargas Llosa
“¿Por qué será que a las personas mayores les gustan tanto los niños, madrastra?”. Y todo se estremeció.
Es que “ese es el ancho, el impredecible, el maravilloso, el terrible mundo del deseo”.
No solo, entonces, te espera lo bello. Lucrecia, era la mujer que lo engaño con su propio hijo, en su propia casa. En Fonchito, su hijo, hay un viejo y un niño, un ángel y un demonio.
Un refugio. En su biblioteca, “su mundo”, donde las personas son ciudadanos de segunda: le interesan más las personas inventadas que las reales. “¡Bendito Onetti!”, con él, “puede defenderse de la realidad enfrentándole el sueño, de aniquilar la horrible verdad de la vida con la hermosa mentira de la ficción”. No todos coinciden. O no del todo. Kipling nos advierte: si eres dueño de tus sueños, y no éstos de ti.
Un refugio, que es una excursión. Una invención, que no es sólo una ficción. En su soledad, no hacía más que “soñar despierto, crear y recrear a su mujer al conjuro de esos cuadernos donde invernaban sus fantasmas”.
Una reconciliación. “ ‘¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción. Y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son’. ‘Mentira’, dijo en voz alta, golpeando la mesa del escritorio. La vida no era un sueño, los sueños eran una endeble mentira, un embeleco fugaz que sólo servía para escapar transitoriamente de las frustraciones y la soledad, y para apreciar mejor, con más dolorosa amargura, lo hermosa y sustancial que era la vida verdadera, la que se comía, tocaba y bebía, tan superior y plena comparada al simulacro que mimaban, conjurados, los deseos y la fantasía”.
Cruzar el umbral. No solo ir y venir, entre el deseo y la frustración, el sueño y la vida, la ficción y la realidad, el refugio y el mundo, lo hermoso y lo horrible. Reconciliar. Ocupar los dos territorios. Soñando, escribiendo en sus cuadernos, conjura. Conjurando, recrea, preserva. Comiendo, tocando, bebiendo, reaviva sus sueños. ¿O es imposible, y el vaivén es lo que somos?