A partir de
Tienda de los milagros, de Jorge Amado
A inicios del siglo XX, hasta el candomblé, las tradiciones populares negras y mestizas, era perseguido en nombre de la pureza de la raza blanca. En los ’30 y ’40, agresiva ofensiva nazi contra las razas inferiores. En los ’60, guerra de razas en Estados Unidos. Todo derramándose por el mundo. Y en Brasil, en las Universidades, una lucha de ideas con profesores hablando de la pureza de la raza blanca contra la peligrosa contaminación negra. ¿Quién iba a decir que un simple bedel, mulato, pobre, sería el principal refutador de tales ideas?
Pero, bedel, mulato y pobre, Pedro Archanjo sería ignorado. Hasta que terminando los ’60, el premio Nobel James D. Levenson de la Universidad de Columbia reivindicó su figura, su vida, sus pensamientos.
Gran revuelo. Con agudo ojo periodístico y comercial, el Jornal da Cidade organizó el centenario de su nacimiento, construyendo un héroe nacional a su medida, una nueva gloria de Brasil, reconocida hasta por un premio Nobel. Pero no era la estatua que celebraron.
Su tesis era simple: la mezcla, el mestizaje, el mulato, era “la solución brasileña al problema de las razas”. Simple. Contundente. Inaceptable. “Cuanto más mezclado mejor”.
Es, él mismo mulato, lo que vivió. “Aquí, en el territorio del Pelourinho, Universidad libre, el arte es una creación del pueblo … Hombres y mujeres trabajan los metales y las maderas, utilizan hierbas y raíces, mezclan ritmos, pasos de danzas y sangres. Al mezclarse, crean un color y un sonido, una imagen nueva, original”. Y “en la Tienda de los Milagros está el Rectorado de esa Universidad popular”, componiendo el libro del saber bahiano, “una especie de Senado que reúne a los notables de la pobreza”. El Afoxé, el capoeira, los pintores de milagros, los grabadores de madera, los copleros, letristas, payadores. “Son poetas, panfletistas, cronistas, moralistas. Dan noticias de la vida de la ciudad, comentándola, poniendo en rima cada suceso e inventando historias, asombrosas todas ellas… Protestan y critican, enseñan y divierten”.
Fue, para los archivos policiales, un “notorio mazorquero que se rebeló contra los dignos catedráticos”.
Fue para los suyos, “un buen vecino, un bohemio algo loco, con la manía de tomar nota de todo, siempre con una pregunta o una historia en los labios, oyente atento, hábil tocador de guitarrillo y guitarra, para no hablar del birimbao”.
Fue a la vez Ojuobá, el ojo de Xangó, y eximio antropólogo y etnólogo autodidacto, que hablaba cuatro idiomas y escribió cuatro libros, que se impusieron a las reaccionarias teorías de la superioridad racial blanca, “más no abandonó por el placer de los libros el placer de la vida”.
Fue seductor y respetuoso, fue candomblero y materialista, fue simple bedel y autor de respetados libros. Fue blanco y negro. Todo en uno. Fue como el pueblo mismo.
Fue el que de abajo pudo con todo, pero no para subir, escalar, sino que para ir para adelante.
Sus luchas, esfuerzos, sus sonrisas y bailes, sus polémicas, su amor por sus hijos, su alegría de vivir, todo por una “clara mañana sin prejuicios”.
Una clara mañana que cada día quiere amanecer, y tiene siempre un Pedro Archanjo para recibirla.