A partir de
Tlon, Uqbar, Orbis Tertius, de Jorge Luis Borges
“Nos demoró una vasta polémica sobre la ejecución de una novela en primera persona, cuyo narrador omitiera o desfigurara los hechos e incurriera en diversas contradicciones, que permitieran a unos pocos lectores –a muy pocos lectores- la adivinación de una realidad atroz o banal”.
Y Bioy casares recordó una región que, comprobarían después, solo figuraba en un único ejemplar de la Anglo-American Cyclopaedia, el que estaba en su biblioteca. En ella, la doctrina del heresiarca de Uqbar dictaminaba que “el visible universo era una ilusión o (más precisamente) un sofisma. Los espejos y la paternidad son abominables porque lo multiplican y divulgan”. Y en Uqbar, su literatura “era de carácter fantástico y sus epopeyas y leyendas no se referían jamás a la realidad, sino a las dos regiones imaginarias de Mlejnas y de Tlon”.
Y en un libro de 1001 páginas sobre Tlon, que el inglés Ashe, amigo de su padre, “de esas amistades inglesas que empiezan por excluir la confidencia y que muy pronto omiten el diálogo”, dejó al morir, Borges dio no ya con una región, sino con “la historia total de un planeta desconocido”, Orbis Tertius.
Persiste un “problema fundamental: ¿quiénes inventaron a Tlon?”.
“Quiénes inventaron Tlon”. Surgió de una sociedad secreta, que contaba entre sus miembros a Berkeley, pero “al cabo de unos años de conciliábulos y síntesis prematuras comprendieron que una generación bastaba para articular un país”. La sociedad se diluyó para resurgir en América, y allí Buckley “dice que en América es absurdo inventar un país y propone la invención de un planeta”, Orbis Tertius; además “descree de Dios, pero quiere demostrar al Dios no existente que los hombres mortales son capaces de concebir un mundo”.
Años después, se encontró con objetos provenientes de Uqbar, una brújula, un cono de un metal reluciente. Era “la intrusión de mundo fantástico en el mundo real”.
¿Qué es ese “mundo fantástico”? No es más que un orden. “Hace diez años bastaba cualquier simetría con apariencia de orden –el materialismo dialéctico, el antisemitismo, el nazismo- para embelesar a los hombres. ¿Cómo no someterse a Tlon, a la minuciosa y vasta evidencia de un planeta ordenado?”.
Una conclusión, desesperanzada, que lleva a otra igual. “Encantada por su rigor, la humanidad olvida y torna a olvidar que es un rigor de ajedrecistas, no de ángeles”.
Hay, quizá, algo más que la relación entre ficción y realidad; hay la comprobación de la atrocidad del ejercicio de la voluntad, concebir, y realizar, un mundo. ¿Es que no es “el mundo fantástico” más que la voluntad laberíntica de los hombres, en la que resulta fatal persistir, dando cada vez un nuevo orden? Porque, más grave todavía, ¿no es apenas la tarea de un ajedrecista y no la de ángeles, siendo ésta, acaso, “la fatal adivinación de una realidad atroz o banal”?