A partir de
Boris compra caballos, de John Berger
Boris era muy fuerte, pero no muy inteligente. Lo despreciaban, un poco también le temían. Cuando murió, sentenciaron que era por descuido, como descuidado era con su ganado de ovejas.
De sí mismo, tenía una visión pareja a lo que pensaban de él: “creía que el tiempo no le daría nada y que su astucia se lo daría todo”.
No extrajo nada. Se enamoró de la mujer llegada de Lyon con su marido en busca de una casa; se hicieron amantes a la luz del día, Boris le ofreció una de sus tres casas.
Su pastor, Edmond, le advirtió: “Las mujeres de la ciudad no son iguales … No huelen a establo ni a gallinero; huelen a otra cosa. Y esa otra cosa es un peligro … ¿Y quieres que te diga a qué huelen? Su olor es el olor del dinero. Lo hacen todo por dinero”.
En su peor desgracia, ella no lo acompañó como hasta entonces lo había hecho. Boris, desde entonces, “había dejado de planear y de desear”, lo había ganado, y condenado, la indiferencia.
Edmond sabía algo más, “su experiencia le había llevado a creer que todo lo que caminaba sobre dos piernas pertenecía a una especie denominada Malentendido”. Cuando le dijo todo esto, Boris lo derribó de un puñetazo.
¿El interés del dinero?, ¿la ciega pasión?, ¿la trampa de la astucia?, ¿el malentendido entre toda relación humana?, ¿la fragilidad oculta detrás de la fuerza física? ¿Qué puede matarte?