La vida está en otra parte, de Milan Kundera

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La vida está en otra parte, de Milan Kundera

 

Un motor pueril en una época nada de pueril. “En las casas en las que nacieron los poetas líricos mandan las mujeres: la hermana de Trakl, las hermanas de Esenin y Maiakovski, la tía de Blok, la abuela de Holderlin y la de Lermontov, el ama de Puskin y ante todo, las madres, las madres de los poetas, tras las cuales palidece la sombra del padre. Lady Wilde y Frau Rilke vestían a sus hijos con ropas de niñas”. No fue diferente para Jaromil, nuestro joven poeta checo que, “a lo largo de su vida buscará la virilidad de los rasgos en su cara”.

Creerá que para eso, deberá traspasar el umbral del amor, de la iniciación sexual. Siente vergüenza, apenas si va pudiendo dificultosamente. Mientras tanto, en el espejo de la poesía. Pero no recibe el reconocimiento esperado, y en las tertulias literarias decide que su preocupación, su virilidad, necesita acción y coraje, no poemas, y adhiere al realismo socialista. Hasta que se enamora de la fea pelirroja, y se encuentra con otro umbral que traspasar: el del deber, y el suyo será denunciar la confidencia que aquella le hace sobre su hermano.

Es que, piensa, como Rimbaud, como Pierce Shelley, como Lermontov, y tantos, otros, en 1848, 1870, 1917, 1948, que “la vida está en otra parte”. No allí. No en sus vidas y sus obras. Sino allí, en las barricadas. Pero poéticamente: la poesía lírica “reemplaza el dramatismo de las acciones nunca realizadas”.

Y así devendrá tragedia. La muerte propia, sublime o ridícula; la muerte de quienes los rodean, llevados por estos poetas líricos de su mano. Cruzando el puente de lo absoluto. Es que “lo absoluto es ficticio”. Y tenebrosamente real: “no hay nada humano que sea grande ni eterno”. Pero vivir en ese sueño de lo absoluto te desbarrancaba en la tragedia, muy real: “claro que era terrible sacrificar a una mujer concreta (pelirroja, pecosa, pequeñita, charlatana) por causa del mundo futuro, pero aquella era precisamente la única gran tragedia de nuestros días digna de grandes versos”.

Ese vaivén entre lo absoluto y lo ínfimo en que nos movemos, ¿puede encontrar un punto de reposo?

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