El fin, de Jorge Luis Borges

El fin (en Ficciones) Jorge Luis Borges

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El fin, de Jorge Luis Borges

 

Allí, donde “un lugar de la llanura era igual a otro”. Donde el patrón de la pulpería, “el sufrido Recabarren aceptó la parálisis como antes había aceptado el rigor y las soledades de América”. Donde “se dilataba la llanura y la tarde”, y se podía esperar.

Durante siete años. Pero el día llegaría, y llegó. “Ya sabía yo, señor, que podía contar con usted”, le dijo el negro a Martín Fierro.

Se dispusieron. El negro quería vengar la muerte de su hermano a manos del gaucho. Una palabra modificó todo aquel sopor de lo igual, la aceptación, el espacio y el tiempo dilatados, “Martín Fierro oyó el odio”. Pero fue un acicate: “Mi destino ha querido que yo matara y ahora, otra vez, me pone el cuchillo en la mano”.

Se entreveraron, “y Fierro no se levantó”. El negro, “cumplida su tarea de justiciero, ahora era nadie. Mejor dicho, era el otro: no tenía destino sobre la tierra y había matado a un hombre”.

Podemos cambiar nuestros destinos. Podemos, trágicamente, trocarlo incluso por el de nuestros enemigos. “Hay una hora de la tarde en que la llanura está por decir algo; nunca lo dice o tal vez lo dice infinitamente y no lo entendemos o lo entendemos pero es intraducible como una música”.

Acaso nos dice que sí podemos re-escribir nuestro final, ya escrito, y modificar nuestro destino. Oigamos esa hora, nos dice algo cada tarde.

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