
A partir de
La metamorfosis, de Kafka
“Cuando Gregorio Samsa despertó aquella mañana, luego de un sueño agitado, se encontró en su cama convertido en un insecto monstruoso”.
Aun así, su primer pensamiento fue si lograría alcanzar el tren para cumplir sus obligaciones laborales. Y es que él estaba ahora sosteniendo a la familia.
Era raro, no salía aún de su habitación él tan serio y responsable. Fue incluso el principal de la tienda donde trabajaba a ver qué sucedía. Cuando finalmente logró abrir la puerta de su habitación y mostrarse, el principal dejó escapar un “¡oh!” y escapar; la madre se llevó la mano a la boca y se desmayó; el padre mirándolo levantó el puño en señal amenazante y después se tapó los ojos con una mano y rompió a llorar. El asco los dominaba.
Aun así, Gregorio quedó en su cuarto y entonces “tenía tiempo sobrado para pensar, sin temor a ser importunado, acerca de cómo le convendría ordenar en adelante su vida”. Y la familia se reorganizaba: La hermana, Grete, aunque con asco también, entraba a la habitación a llevarle comida y limpiar un poco. Por la noche, con los padres, conversaba cómo se sostendrían ahora. “Cada vez que la conversación se detenía en esta necesidad de ganar dinero, Gregorio abandonaba la puerta y, lleno de pena y vergüenza, se arrojaba sobre el fresco sofá de cuero” de su habitación, dela que no salía.
Finalmente, el padre, aunque ya viejo y retirado volvió a trabajar; la madre se dedicó a la costura para gente de afuera; la hermana obtuvo un trabajo. Terminaban agotados. Y a pesar de esto, no alcanzaba, debiendo alquilar una habitación a tres señores.
Más que la metamorfosis de Gregorio, fue esta metamorfosis familiar la que desencadenó la crisis.
Un día la madre al verlo se desmayó, la hermana la recostó para ayudarla a recuperarse, Gregorio se acercó para ayudar como antes. Pero ya no era antes. El padre furioso lo persigue, le arroja manzanas, lo hiere. La madre le pide al padre que le perdone la vida, “que Gregorio, pese a lo triste y repulsivo de su forma actual, era un miembro de la familia a quien no se debía tratar como a un enemigo, sino por el contrario, con todos los respetos, y que era un elemental deber de familia sobreponerse a la repugnancia y resignarse. Resignarse y nada más”. Retomaron la normalidad con melancolía y tristeza. No duraría mucho.
Otro día, aquellos señores que arrendaban una habitación de la casa lo ven, indignados al “enterarse en aquel momento que habían convivido, sin sospecharlo, con un ser de aquella índole”, anuncian que se irán sin pagar lo convenido, y ya habían vendido sus escasos bienes, incluso las joyas que lucían la madre y la hermana en las fiestas.
Tanto esfuerzo, aceptar con repugnancia la metamorfosis de Gregorio, convivir de esa manera con repugnancia y resignación, ponerse los tres a trabajar: una metamorfosis también de toda la familia, los deslizaba pendiente abajo.
Fue la hermana, la primera en aceptarlo, alimentarlo y cuidarlo, la primera en pronunciar las palabras terribles: “Queridos padres esto no puede continuar así … Ante este monstruo, no quiero ni siquiera pronunciar el nombre de mi hermano y, por lo tanto , solo diré esto: es forzoso intentar librarnos de él … basta con que aceptes abandonar la idea de que se trata de Gregorio. El haberlo creído durante tanto tiempo es en realidad el origen de nuestra desgracia”.
Pero, ¿cuál es “el origen de nuestra desgracia”? ¿La metamorfosis de Gregorio? ¿La metamorfosis de su familia? ¿La aceptación solamente por “resignación y nada más”? ¿El desconocerte como hijo y como hermano, Gregorio, uno de nosotros?
(Visión Libros. Traducción de Alberto J. R. Laurent)