Como polvo en el viento, de Leonardo Padura

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Como polvo en el viento, de Leonardo Padura

En la década de 1970 se estaba formando el Clan, alrededor de Clara, primero con ella, con Elisa y con Irving; llegarían después Darío, Horacio, Fabio y Liuba, Walter; más tarde  Ramses y Marcos, los hijos de Clara y Dario, y Guesty, la novia de Horacio se les sumaba.

Unas décadas más tarde, se habían dispersado “como polvo en el viento”, muchos, casi todos, al exilio, por los más diversos motivos. Y cada motivo Clara lo comprendía, porque “ese debía ser el principio básico de la libertad esencial … el derecho personal de elegir y respetar las elecciones de los otros” y no que “Alguien”, de “uno y otro lado”, decida por uno (“Todo esto es una locura compadre. Que querer irte a vivir a otra parte sea casi delito… O sin el casi. ¿No debería ser un derecho?”). Clara, y todos, repasaban unas décadas más tarde, aquellos años.

Fue la década de 1990 el punto de inflexión, cuando “estaba asistiendo al principio del fin de muchas cosas”. “¿Se acuerdan cómo éramos en 1980? Del carajo, ¿no? Y ahora ven cómo somos en 1990 … El caso es que ya nunca seremos los mismos ni lo mismo. Porque somos eso: polvo en el viento”.

Se trató del “dilatado epílogo de una historia colectiva”, la del Clan, la de una generación, la de un país.

El Clan resultó “un laberinto de ocultamientos, traiciones, negaciones, incluso mentiras”. A su generación… “¿qué nos pasó? … Nos ha pasado de todo, y sin pedirnos permiso. Los sueños son ahora desvelo o pesadillas. Nos ha pasado que perdimos. Este es el destino de una generación” En Cuba, “la demolición continuaba a un ritmo cada día más acelerado y el país se quedaba sin aliados políticos, pero sobre todo sin alimentos petróleo, transporte, electricidad, medicinas, papel y hasta cigarros y ron, y se decretaba la llegada de un nuevo momento histórico que con amable eufemismo fue bautizado como Período especial en Tiempos de Paz”.

“¿Se puede marcar el instante preciso empeñado en torcer una existencia, ese quiebre funesto destinado a empujar una o varias vidas hacia inesperados derroteros?”.

No solo un grupo de amigos, el Clan, no solo una generación, no solo un país: “¿Cómo se hacen las vidas, los destinos de las personas?”.

Si, ¿cómo se hacen?

La historia de Darío, hijo de una mujer violada a los quince años, viviendo en la miseria y la humillación desde que nació hasta hacerse médico y estar allí con ellos, la discutían, aún jóvenes, aun reunidos y no dispersos, con sus alternativas, y sin saberlo acaso, buscaban una respuesta a esta pregunta, tan dramáticamente vivida por estos amigos, tan silenciosamente acompañándonos a todos.

Para Bernardo, la madre había sido una víctima del capitalismo, y el hijo un beneficiario del socialismo.

Para Irving, “materialista de la escuela mística todo funcionaba como la demostración terrenal de que a veces Dios existía y tocaba con un dedo la frente de algún elegido”.

Para el propio Darío “él solo constituía el resultado ostensible de la emanación de sus esfuerzos … el joven vivía trazándose metas que dependía de su voluntad”.

¿Cómo, entonces, se hacen las vidas, los destinos de las personas? ¿Con el barro del sistema, con el capricho de Dios, con la fuerza de la voluntad de cada persona?

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